Hace unos días les hablaba de cómo Estados Unidos espió a Japón para negociar con ventaja durante la Conferencia Naval de Washington de 1921. Los norteamericanos consiguieron una ventaja importante frente a Japón porque los habían espiado rompiendo sus códigos. Más tarde todo esto ese supo gracias a un libro de Herbert Yardley, el criptógrafo que contó cómo espiaba Estados Unidos. Yardley había sido el que había dirigido todas esas operaciones, pero cuando dejó de trabajar para el gobierno, contó todo en un libro.
Herbert Osborn Yardley es un nombre asociado a la criptografía estadounidense, que en el tiempo de entre guerras fue clave en ese ámbito. Aunque ingresó en la Universidad de Chicago, la abandono en el primer año y comenzó a trabajar como telegrafista.
Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, se puso en contacto con el Departamento de Guerra de EEUU, le advirtió de los problemas y las carencias del país en temas criptográficos y le propuso crear una entidad dedicada a ello. La propuesta se aceptó y Yardley se puso a la cabeza de un nuevo equipo, con un importante presupuesto a su disposición. Esto le permitió contratar lingüistas, psicólogos, matemáticos… El nuevo grupo fue denominado MI-8 y estaba integrado dentro de la División de Inteligencia Militar del ejército y se conoce como el Black Chamber, el gabinete negro, en referencia a los gabinetes oscuros europeos de los siglos anteriores.
Quizás la conferencia de 1921 fue el punto culminante del Black Chamber de Yardley, el mejor servicio que prestó a su país. A partir de ahí, comenzaron los problemas. En 1924 la financiación se había reducido a la mitad y en 1929 Yardley se enfrentó a un nuevo Secretario de Estado, Henry L. Stimson. Este consideraba muy poco ético capturar y descifrar las comunicaciones diplomáticas de otros países, esto es, la labor principal del Black Chamber. Stimson dejaría escrito en sus memorias que los caballeros no leen el correo de otros caballeros, justificando su visión, quizás ingenua, de la diplomacia internacional. Todo acabó en enero de 1931, cuando las relaciones contractuales entre Yardley y el gobierno quedaron rotas, y por lo tanto su oficina se cerró.
En abril de aquel año, Yardley comenzó a publicar artículos sobre criptografía en el Saturday Evening Post, y en el verano lanzó un libro al mercado. Bajo el título de The American Black Chamber, el libro ponía al descubierto toda la actividad de Yardley y su oficina durante la última década. Destapó todas sus acciones, incluida la que comentábamos sobre la Conferencia Naval de 1921 donde Japón salió claramente perjudicado. El libro fue un éxito de ventas, y la polémica y enfado, como es lógico, también fueron enormes.
Los diarios japoneses enviaron a corresponsales a entrevistar a Yardley y los hechos que narraba indignaron a Japón que. Con razón, consideraba que se había traicionado su confianza y la del resto de países durante una conferencia de desarme, casi una conferencia de paz. Decenas de miles de copias de la traducción al japonés del libro fueron vendidas. Otras naciones se enteraron también de cómo sus códigos habían sido rotos y de cómo sus comunicaciones diplomáticas eran capturadas, copiando los telegramas que se enviaban a través de empresas como Western Union.
Tras aquel escándalo, los japoneses comenzaron a probar nuevas máquinas criptográficas, más complejas, más seguras y más caras. Es decir, la decisión de Yardley también hizo mucho más complicado el trabajo de los que serían sus sucesores.
Por cierto, por suerte para Yardley, las leyes de entonces evitaron que fuera juzgado. Dos años después se cambió la ley para que no volviera a salir alguien impune de un filtrado así de información.
Esta historia forma parte de mi Historia de la criptografía.
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