Aunque hace más de 9 años que les hablé de la frase central de esta entrada, del conocido como decíamos ayer de Fray Luis de León, conviene conocer un poco más la frase y el contexto. Ya les advertía entonces que la frase puede tener algo de mito o no haber salido exactamente así de la boca del fraile agustino, pero está tan metida en la cultura popular que ya tiene derecho propio a figurar en nuestro lenguaje.
Luis de León nació en torno a 1527 en Belmonte, en Cuenca. Su familia era pudiente y con cierto poder, y el joven se formó como teólogo en Salamanca. En su familia había algún converso lo que no impidió que ganara la cátedra de teología en la Universidad de Salamanca. Dentro de su apertura de miras, hacía referencias a algunos temas que en la España de entonces eran intocables, lo que, unido a rencillas con otras órdenes religiosas, especialmente los dominicos, lo llevaron a manos de la Inquisición.
Tras casi 5 años encarcelado, fue absuelto
En marzo de 1572 fue detenido en Salamanca y encarcelado por el Santo Oficio en Valladolid. Se le acusaba de preferir algunos textos de la Biblia hebrea a la latina y por algunos conceptos teológicos que defendía. Además, había traducido el Cantar de los Cantares. Aquel proceso contra el catedrático se alargó casi 5 años, durante los cuáles estuvo encerrado y sabiendo poco sobre por qué estaba allí. En la pared de aquella celda, según vi hace un tiempo en una exposición, dejó escrito lo siguiente, aunque sólo he visto este detalle en aquella exposición. No obstante, este texto es su Oda XXIII, titulada A la salida de la cárcel:
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado.
Y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso,
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.
Cuando fue absuelto en diciembre de 1576, volvió a Salamanca y pronunció la frase más conocida de su vida y obra, una frase que es más popular que el propio Fray Luis de León. Al reanudar sus clases, después de esos más de 4 años preso, comenzó con: Decíamos ayer.
Parece que Fray Luis de León no dijo aquello de Decíamos ayer
Dicho esto, bien parece que esta historia, tan bonita y utilizada, no es cierta. De hecho, Fray Luis de León no volvió a su cátedra, sino que recibió una nueva. Por lo tanto, no tendría mucho sentido comenzar con esas palabras. Pero, como decía, la frase es tan popular que no importa ya demasiado si lo dijo o no el catedrático al volver a sus clases en Salamanca.
Lo que sí hizo el fraile fue mandar que le dibujaran una encina podada, indicando que salía de la cárcel atacado, pero más fuerte. Esa misma idea, y con el mismo árbol, una carrasca, está en uno de sus poemas. Y tanto es así, ya que el resto de su vida, hasta su muerte en 1591, fue acumulando obra, cargos y reconocimientos.
Era un hombre callado y serio, según escritos de la época aunque posteriores a su muerte, aunque agudo en sus dichos, templado en la comida, bebida y sueño. Por si les interesa, mi favorita es su Oda I, un beatus ille cuyo título habitual es La vida retirada, aunque en el manuscrito la tituló Canción de la vida solitaria. Los primeros versos son toda una lección de vida:
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
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