Cartas

Las duras lecciones al pesado de Schopenhauer por parte de su madre

Johanna Schopenhauer nació en 1766 y fue artista y novelista. Era una mujer culta, como prueba el hecho de que creara un salón literario por el que pasó Goethe, entre otros, o que sus obras completas ocupen 24 tomos. En 1788, con 22 años, dio a luz a Arthur Schopenhauer, el famoso filósofo alemán. Entre ellos, una vez que el muchacho creció y su carácter salió a la superficie, la relación se complicó. Las duras lecciones al pesado de Schopenhauer por parte de su madre son a la vez una valiosa aportación a cualquiera de nosotros. Que nunca sabe uno cuándo se va a parecer a lo peor de Schopenhauer, sin llegar a acercarse un poco a lo mejor.

Las cartas que se enviaron madre e hijo son una fuente clara para comprobar que el amor de una madre es el amor de una madre. Pero que también un insoportable, si es tenaz, vence cualquier barrera que le impida hacerse insoportable.

Johanna quería que fuera feliz, pero sabía que su hijo era un pesado y un aguafiestas, y se lo hacía saber

El 17 de diciembre de 1807, cuando no había llegado el filósofo todavía a los 20 años, su madre le dijo esto en una carta:

Es necesario para mi felicidad saber que eres feliz, pero no ser testigo de ello.

Dicho de otro modo: quiero saber que te va bien, pero no quiero tenerte cerca.

La tendencia de Arthur a sermonear, su empeño en opinar de todo y su pesimismo y desprecio por la vida en general, consumían el ánimo de su madre. Ella quería ser feliz y disfrutar de la vida y de sus inquietudes. Llevaba dos años viuda, por cierto, cuando escribió esas palabras. El fallecimiento de su marido fue el hecho que acabó por permitirle vivir sin obligaciones.

En esa misma época Johanna le dedicó estas palabras a Arthur en otra carta, concretamente el 6 de noviembre de 1807:

Eres insoportable y pesado, y es muy difícil vivir contigo; todas tus buenas cualidades quedan oscurecidas por tu presunción y se vuelven inútiles para el mundo simplemente porque no puedes reprimir tu manía de saberlo todo mejor que los demás.

Acostumbrada a organizar encuentros y cenas, podríamos asegurar que la madre del genio disfrutaba de la relaciones sociales. Pero ese disfrute se diluía cuando su hijo aparecía y comenzaba a comportarse como solía. Tanto es así que le decía que podía ir a cenar a su casa, “siempre que te abstengas de tus habituales disputas, que también me ponen de mal humor”.

¿Podríamos decir que en su juventud Schopenhauer fue el patrón de los cuñados?

Johanna temía que las reuniones de las que tanto disfrutaba se echaran a perder por la insolente verborrea de su hijo. Le pidió directamente que se buscara una casa en la que vivir y que no fuera a la suya más que de visita, y no muy a menudo.
Siguiendo con el extracto de una carta de noviembre de 1807 que ya comentábamos, es muy interesante la visión que la madre tiene de lo que su hijo consigue cuando se relaciona con otros:

[…]amargas a las personas que te rodean; nadie quiere ser mejorado e iluminado de una manera tan violenta, y menos por un individuo tan insignificante como todavía eres tú. Nadie puede soportar ser reprendido por ti, que también dejas tantos flancos abiertos, y menos con tu manera despectiva, que con tono de oráculo dice directamente: ‘esto y aquello es así’, sin sospechar siquiera que quepa una objeción. Si fueras menos de lo que eres, serías solo ridículo; pero así, eres sumamente irritante.
[…]
Podría pedirte que vinieras aquí de inmediato, pero por una parte no sé cómo hospedarte bien por largo tiempo; unos pocos días uno puede apañarse, pero no semanas enteras. Tu presencia y tus eternos discursos también me impedirían investigar y elegir adecuadamente para ti, y pronto me pondrían irritable y confundida… y además, esta vez no puedo garantizar que la indignación hacia ti, que brotó en mí al leer tu carta, no se apoderara de mí y llegáramos a escenas violentas que ambos hacemos mejor en evitar.

Son palabras duras, pero quizás sean más bien el consejo de una madre amante de su hijo, que busca lo mejor para él. En su descargo debemos decir que todavía era un tipo joven. Seguro que con el tiempo aprendió algo. Sus últimas palabras fueron «Pues bien, nos las hemos apañado«.

Hay que tener cuidado de no comportarse como Schopenhauer. Si él se convertía en alguien odioso siendo una mente brillante, en qué no nos convertiremos nosotros que no llegamos a su altura, si actuamos como su madre le reprochaba. Me temo que, si lo hacemos, seremos retratados como cuñados, en la acepción peyorativa para esta palabra que no está (todavía) en la RAE pero que es ya tan popular.

Manuel J. Prieto

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