La expresión del huevo de Colón se usa para indicar que algo que aparentaba tener mucha dificultad al principio, se demuestra como sencillo una vez que se conoce el truco, el artificio que hay detrás. La leyenda que da origen al huevo de Colón tiene como protagonista al descubridor de América, como todos suponemos. Y he de confesar que alguna vez pensé que el huevo tenía que ver con la redondez de la Tierra y del propio huevo. Pero no van por ahí los tiros, como veremos. Por otra parte, mi Colón favorito no fue Cristobal, sino su hijo Hernando.
Girolámo Benzoni fue un viajero y escritor italiano que nació en Milán en torno a 1519. Es conocido por haber escrito una obra titulada Historia del Nuevo Mundo (Novae novi orbis historiæ, libri tres) que se publicó en 1565. En su vida viajera Benzoni se embarcó en Sanlúcar de Barrameda en 1542 y visitó el Nuevo Mundo y más allá durante casi una década y media. Es decir, cuando escribió los libros había visto con sus ojos lo que había pasado el Atlántico.
Pero, a pesar de eso, el libro no es del todo objetivo porque, según parece, el italiano no era muy favorable a los españoles. Quevedo, en su España defendida, (cuyo título completo es España defendida, y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros y sediciosos) deja una nota crítica sobre Benzoni y su libro. Dice que Jerónimo Benzón, como él lo llama, difamaba en su texto a los españoles y a sus acciones en las Indias.
Más allá de este detalle, fue el italiano el que contó la historia que dio origen al dicho y a la idea del huevo de Colón. Según esa leyenda, Colón, tras volver de su viaje a América, coincidió en una cena con una serie de nobles españoles a los que impresionaba poco aquello de haber ido al otro lado del mundo y haber vuelto. Se desarrolló entonces una conversación que podría ser como sigue, comenzando por una fanfarronada por parte de uno de los nobles:
Señor Colón, incluso si vuestra merced no hubiera encontrado las Indias, no nos habría faltado una persona que hubiese emprendido una aventura similar a la suya aquí, en España, que es tierra pródiga de grandes hombres, muy entendidos en cosmografía y literatura.
Colón no respondió directamente al envite que le había lanzado el otro, sino que pidió que le trajeran un huevo. Cuando lo tuvo lo colocó sobre la mesa y dijo:
Señores, apuesto con cualquiera de ustedes que no serán capaces de poner este huevo de pie como yo lo haré, desnudo, sin ayuda ninguna.
Los nobles intentaron poner el huevo de pie, en vertical y sin apoyos, como les había retado Colón. Pero ninguno consiguió que se mantuviera de esa forma. El huevo dio la vuelta a la mesa, de mano en mano, sin que ninguno de los hombres tuviera éxito. Cuando volvió a las manos de Colón, este lo cogió, lo golpeó ligeramente contra la mesa rompiendo un poco la curvatura del extremo, y entonces lo dejó de pie sin sujeción o apoyo alguno.
Hecho el truco, los nobles comprendieron cómo conseguir lo que les había pedido el otro y convinieron en que era fácil dejar al huevo de pie. Sí, debió pensar el marino, pero ninguno fue capaz hasta que yo le enseñé. Y ese fue el huevo de Colón, que, en realidad, si lo piensan, fue un huevo roto.
La verdad es que esta historia puede servir para ilustrar muchas más, porque somos especialistas, en general, en ver lo fácil que es algo una vez que otro lo ha pensado, inventado o diseñado. A veces, la solución es fácil, pero lo difícil es encontrar esa forma sencilla de resolver el problema.
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