Siempre pensé que los marineros de hace unos siglos tenían un aspecto descuidado, con el pelo largo y la barba larga, por la propia vida a bordo. Ya saben, pasar semanas en unos pocos metros cuadrados, con el sol quemando o la lluvia atacando. Durmiendo en su coy bajo cubierta, en esas hamacas que con el movimiento del océano parece que acunan a los hombres de mar. Pensé que era por eso, pero me equivocaba. Era porque los marineros se salvaban por los pelos largos, cuando caían al agua y tenían suerte.
Estoy leyendo en estos días el libro Planeta océano, escrito por Javier Peláez y publicado por Crítica. Un libro magnífico, con grandes historias y con una densidad de conocimientos y hechos sorprendente, que no deja hueco al aburrimiento. Ya le dedicaré una entrada completa para darles detalles. Bien, pues ahí he conocido que estaba equivocado y que los marineros se dejaban el pelo largo para salvar la vida llegado el momento.
Muchos marineros no sabían nadar y si tenían la mala suerte de caer al agua, la muerte les cogía de los tobillos y se los llevaba al fondo. Por eso, si uno tenía los pelos largos, cabía la posibilidad de que un compañero a bordo del barco o la barca lo cogiera por ellos y tirara de él hacia arriba, arrebatándoselo a la muerte. Por esto los marineros se dejaban el pelo largo, para aumentar las posibilidades de que un compañero pudiera cogerlos por algún lado y salvarles la vida.
De hecho, el dicho salvarse por los pelos tienen su origen precisamente en este asunto. Cuando uno ya está en el agua, con la muerte rondado y casi desahuciado, pasa al lado un compañero y desde el barco lo saca del agua, en el último momento. La última esperanza. Es un dicho con un origen muy ilustrativo, muy claro. Por otra parte, cuántos calvos habrán muerto en el mar injustamente, condenados por su genética.
Fue en 1809 cuando José I Bonaparte, hermano de Napoleón y a la sazón rey de España, firmó un real decreto que obligaba a los marineros a tener un aspecto aseado y a llevar el pelo corto. Aquello generó muchas protestas por parte de la marinería e incluso se elevaron escritos al rey para que modificara la norma. Se exponía en ellos lo que ya hemos contado, que, en algunos casos, la melena era el asidero que permitiría subir a un hombre a bordo desde el agua.
Según parece, Bonaparte cambió la ley y los marineros pudieron seguir teniendo melena. Podíamos decir que la melena de los marineros se salvó por los pelos. Pero también he leído en otros sitios lo contrario, que Bonaparte no se apeó y la ley siguió vigente. En cualquier caso, no es esto lo principal. Lo principal es el origen del dicho y lo curioso de este tema marinero.
Sirva esta historia para calibrar lo peligroso que ha sido vivir en el mar y del mar. Bien lo retrató Joaquín Sorolla en su cuadro de 1894 titulado ¡Aún dicen que el pescado es caro!, que acompaña esta entrada y que me fascina. Es un accidente lo que pintó Sorolla y no una caída al gua, pero la idea es similar. También Blasco Ibáñez lo dejó escrito en una novela: ¿Aún les parecía caro el pescado? ¡A duro debía costar la libra…! Pobres hombres, que sufrían hasta en tierra, con los llamadores, los despertadores humanos de los marineros.
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Muy interesante, gracias