Si hoy gran parte de lo que compramos y consumimos viene de China, hubo un tiempo en el que el lejano oriente era lejano, no sólo en cuanto a la distancia que nos separa. También las culturas estaban alejadas casi totalmente y sin apenas intercambios. En ese tiempo vivió Diego de Pantoja, un jesuita español nacido en 1571 que fue misionero en China. Su vida fue muy interesante y entre sus logros está en ser el primer occidental en entrar en la Ciudad Prohibida china, que se sepa. Y además lo hizo para enseñar a tocar el clavicordio.
Con el siglo XVII Pantoja llegó a China, es decir, en el año 1600, para tratar de evangelizar aquellas tierras. El español, junto con el italiano Matteo Ricci, desplegaron una labor entre diplomática y misionera, estableciendo relaciones con el entorno del emperador Wanli, de la dinastía Ming. Los regalos allanaron el camino y los jesuitas, hombres formados y de conocimientos científicos, musicales, filosóficos… vieron abrirse algunas puertas.
Estos conocimientos, su forma de integrarse y sus intereses por casi todo, hicieron que Pantoja fuera mucho más allá de la labor misionera. Documentó las tradiciones locales y fue haciéndose experto en algunos temas que la ayudaron a penetrar en la sociedad china y finalmente en el entorno del emperador. La construcción de relojes de sol, por ejemplo, le dio un prestigio significativo. En cartografía también demostró ser un hombre avanzado y una referencia para los orientales. Y no hay que olvidar que los orientales son grandes inventores, como demuestran el sismógrafo de hace 20 siglos o que ellos inventaran la imprenta y los tipos móviles.
También los regalos ayudaron. Los obsequios para el emperador fueron varios, entre ellos, dos relojes y un clavicordio. Pero además de esto, Pantoja aprendió bien la cultura local y trató de aunar el cristianismo con las costumbres y creencias chinas. Esto último hizo que se ganara cierto respeto y confianza, lo que llevó a que el emperador le permitiera acceder a su palacio, todo un hito. Fue así el primer occidental en entrar en la Ciudad Prohibida china.
La invitación imperial tenía algo de interesado, y es que los relojes no se arreglaban y ajustaban solos, y el clavicordio tenía buen sonido, pero nadie sabía tocarlo. Se requirió a Pantoja para ambas cosas, para ajustar los relojes y para formar a personas para tocar aquel instrumento musical.
Pero no acaban ahí sus logros. Él, Pantoja, y Ricci, su compañero, fueron los primeros occidentales a los que se permitió vivir de forma estable en Pekín. Aunque en su propia orden no era muy bien visto, el español mezcló las enseñanzas de Confucio y las de Cristo y vestía como un letrado chino. Esto acabó por desencadenar el fin de las buenas relaciones.
En 1617 Pantoja tuvo que abandonar China. Su propia orden, los jesuitas, actuó con recelo con respecto a su forma de comportarse y a la doctrina que explicaba. Esto acabó con las buenas relaciones entre orientales y occidentales, ya que las clases altas chinas reaccionaron alejándose de los occidentales. Se perdió la confianza.
Por cierto, cuando en 1610 había muerto Ricci (que es el personaje occidental de la imagen del comienzo), se permitió su sepultura en Pekín, algo inédito. Esto demuestra, una vez más, las buenas relaciones entre estos jesuitas y el imperio chino, al menos durante década y media.
Si les interesa este personaje, les recomiendo el podcast de Documentos RNE sobre él. Y les recomiendo el programa en sí, como ya he hecho varias veces, es magnífico.
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