
La empresa Deutsche Grammophon es un referente de calidad en el mundo de la música clásica, y su etiqueta amarilla es un sello casi tan representativo de una marca como lo es el cuadrado amarillo de National Geographic o las patatas fritas que forman la M de McDonald’s, por quedarnos en el color amarillo. Su fundador inventó los discos y en las limitaciones iniciales de ellos está la razón por la que los discos de música se llaman álbumes.
Deutsche Grammophon fue fundada el 6 de diciembre de 1898 en Hanover por Emil Berliner y su hermano Joseph. El primero de ellos, Emil, fue el inventor del gramófono y de los discos, todavía no de vinilo, entre otras cosas. Los discos precursores de los de vinilo del alemán fueron una revolución en el mundo de la grabación y la reproducción de música. A partir de ahí, los materiales fueron mejorando con el tiempo hasta que Columbia Records, en 1948, comenzó a usar el vinilo.
La razón por la que los discos de música se llaman álbumes está en que se necesitaban varios para escuchar más allá de unos minutos
Esta nueva forma de reproducir música, esos revolucionarios discos planos, data de 1887, y en esas fechas todavía tenían cosas que mejorar. Por ejemplo, la duración de las grabaciones. Los discos de Berliner giraban muy rápido, a 78 revoluciones por minuto, lo que hacía que solo pudieran almacenar unos tres minutos de música. Suficiente, a duras penas, para alguna canción popular, pero insuficiente para las grabaciones de composiciones de música de otro tipo.
Para poder almacenar y luego reproducir una sinfonía o un grupo de canciones, se debían grabar varios discos y luego escucharlos uno detrás de otro. Sé que todavía hay mucha gente aficionada a disfrutar de la música en discos de vinilo, y lo entiendo. Entiendo el aspecto romántico de hacerlo y su importancia como ritual, pero tener que darle la vuelta al disco después de un ratito me sigue pareciendo un incordio en determinados aspectos. Imaginen tener que cambiar el disco cada tres minutos.
Lógicamente, los discos que tenían grabada, por ejemplo, una sinfonía, se vendían de manera conjunta, para poder escucharlos secuencialmente y así escuchar la composición completa. Es decir, uno no compraba un disco, sino que compraba un grupo de discos, una colección, podríamos decir. En ese siglo XIX la gente ya coleccionaba muchas cosas: fotos, estampas, recortes… y las guardaba en álbumes.
Y por esto es por lo que se comenzó a llamar álbumes a aquellos libros o carpetas que uno adquiría y que contenían las grabaciones, que se componían de varios discos. Cada disco se presentaba en algo así como una página. De ahí viene que llamemos álbumes de música a los discos, ahora sí, en un sentido moderno.

El primer álbum de la historia que se vendió fue la Suite del Cascanueces de Tchaikovsky
Esto ocurrió unos años después del lanzamiento del invento de Berliner, a medida que se fueron popularizando los discos y los gramófonos. Pero la primera empresa que lanzó álbumes de discos con esa idea de paquete de grabaciones no fue Deutsche Grammophon, sino el sello discográfico Odeon, que pertenecía una empresa berlinesa fundada en 1903.
En 1904 la tecnología había avanzado algo, y el límite por cada cara del disco ya no estaba en tres minutos, sino en unos diez. En 1903, por ejemplo, se había grabado ya una ópera de Verdi en discos. Concretamente en 40 discos grabados tan solo por una cara. En 1909 Odeon tuvo por fin la idea de vender sus grabaciones en formato libro, y así quedó para siempre asociada esa palabra, álbum, con el disco musical.
El primero de esos álbumes musicales de Odeon fue la Suite del Cascanueces de Tchaikovsky. Esta composición es una maravilla, o al menos a mí me lo parece, y tiene una duración de entre 20 y 25 minutos, según la interpretación. La grabación que se vendía como álbum por Odeon estaba compuesta por 4 discos grabados a doble cara. Así se hacen mejor una idea de la capacidad de cada uno de esos discos.
Si en la actualidad, como decía, nos cuesta levantarnos del sofá para poner la cara B de un disco, imaginen tener que poner cuatro discos y darles la vuelta para escuchar una composición que no llega a la media hora.
No era una sola persona (siempre de clases pudientes, claro) la que escuchaba esos álbumes, por lo general. La costumbre era que en las reuniones y acontecimientos donde participaban muchos invitados, se hiciera exhibición por parte de los anfitriones de aquella maravilla técnica, de manera que todos los demás escuchaban y el más avezado de los melómanos quedaba a cargo de hacer el show de poner en funcionamiento el gramófono (con todas sus servidumbres, como seguramente estar de pie junto al aparato, mientras los demás escuchaban sentados). Seguramente los demás lo envidiaban, por listo y por moderno.
Gracias, Carmen, por la información. Otros tiempos, sin duda.