Hace ya unos 15 años escribí un relato histórico, que está publicado en un libro colectivo, en torno a la historia de Jacques Clément y Enrique III de Francia. Clément fue un monje católico que consiguió llegar hasta la sala en la que estaba el rey con la excusa de que tenía un mensaje para él, y le clavó un puñal. Enrique III murió al día siguiente y el asesino también pagó con su vida. Esto ocurrió en agosto de 1589 y es un episodio más de la lucha de religiones en Europa en el siglo XVI. Algo más de 50 años antes, en 1534, los protestantes llegaron hasta la misma puerta del rey, mientras dormía, y le dejaron un mensaje clavado en la puerta, dentro de lo que se conoce como el asunto de los pasquines.
El monje católico asesinó a Enrique III porque este protegía en cierta medida a los hugonotes, es decir, a los protestantes calvinistas. Su abuelo, Francisco I, también fue algo permisivo en lo que a religión se refiere, hasta que se encontró con un pasquín protestante clavado directamente en la puerta de su dormitorio. Ahí la cosa cambió.
La noche del 17 al 18 de octubre de 1534, los reformistas religiosos franceses aprovecharon esas horas de oscuridad para poner en muchos lugares públicos pasquines con un texto contra el catolicismo. Por la mañana, tanto París como otras ciudades y localidades importantes, como Ruan, Tours u Orleans, tenían clavados en paredes, puertas y otros sitios llamativos el texto contra la iglesia católica. Un texto que se titulaba Artículos verdaderos sobre los horribles, grandes e importables [sic] abusos de la misa papal, inventados directamente contra la Sagrada Cena de Nuestro Señor, el Único Mediador y Salvador, Jesucristo. Parece obvio que esa errata del importables quería decir en realidad insoportables.
Pero ninguno de los lugares en los que apareció el pasquín fue tan significativo y sorprendente como la puerta del dormitorio del mismísimo rey de Francia. Francisco I se encontró con el panfleto reformista clavado en la misma puerta de su dormitorio, en el castillo de Amboise, en el valle del Loira. Esto era todo un desafío, porque el monarca era católico.
Este hecho, conocido como el Asunto de los Pasquines, tuvo varias consecuencias. Entre otras, la radicalización de Francisco I, que se volvió más activo en su defensa del catolicismo y en su ataque a los reformistas. Se ordenaron detenciones y hubo seis condenados a muerte. Entre ellos, el librero e impresor Antoine Augereau, al que se acusó de haber producido parte de los pasquines y que fue ahorcado primero y quemado después. El autor del texto parece que fue Antoine Marcourt, un pastor de la región de Picardía. Hoy se conservan en distintos lugares de Europa ocho ejemplares de aquellos pasquines. El que acompaña esta entrada está en la Biblioteca Nacional de Francia.
Hasta entonces, Francisco I había mirado para otro lado y había evitado que se tomaran medidas más drásticas contra los enemigos del catolicismo. Todo esto cambió a partir del asunto de los pasquines, y esa noche de 1534 fue un paso importante hacia las guerras de religión que enredaron a Europa durante décadas. No faltan teorías que dicen que fueron los propios católicos los que clavaron el pasquín en la misma cara del rey, buscando exactamente lo que ocurrió, que este se revolviera contra los reformistas.
Esta historia me recuerda a la hazaña de Pérez del Pulgar, aunque es mucho más heroica, creo yo, la del caballero español. Por otra parte, ya les conté hace tiempo la historia del origen de la palabra pasquín, por si quieren recordarlo.
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