Religión

Las categorías de las reliquias y el Santo Prepucio

Cuando Lutero se rebeló contra la Iglesia, una de las cuestiones que atacó fue la venta de indulgencias y el mercadeo en torno a las reliquias. Ya les conté hace unos años la sorprendente colección de reliquias que uno podía encontrar en Roma. Hoy vuelvo al tema para hablarles sobre las categorías de las reliquias y el Santo Prepucio.

Centrándonos en los siglos donde las reliquias eran determinantes en la Iglesia, no todas ellas eran igual de importantes, como es lógico. Es más, había reliquias de primera, segunda y tercera, como detalla Marina Münkler en su obra El amanecer de una nueva era. La primera categoría la constituían los restos físicos directos de los santos. Casi cualquier parte del cuerpo de un santo era oro para los religiosos de la época. Desde uñas y cabellos, a manos, cráneos, huesos o, incluso, cuerpos enteros.

Las categorías de las reliquias y el Santo Prepucio, que era de categoría uno y una rareza

La segunda categoría de reliquias eran objetos que los santos, o el mismísimo Cristo, habían tocado o usado, y que les eran cercanas. Aquí, lógicamente la lista se extiende. Porque si un santo tiene dos manos (que serían restos de primera), las cosas que pudo tocar con ellas se multiplican. Y estas serían reliquias de segunda. La lista comienza a ser aquí inconmensurable: ropas, sillas, camas, anillos, libros…

Algunas pasan casi del segundo al primer nivel en esta clasificación si resulta que su papel fue importante en la historia del cristianismo. Por ejemplo, un trozo del pesebre del inicio de la vida de Jesucristo, o la Cruz de su final, son objetos de primera.

El último nivel eran los objetos que habían entrado en contacto con las reliquias de primera categoría. Es decir, el trapo pasado sobre los restos mortales de un santo, por ejemplo, era una reliquia de este tipo, de tercera categoría. Estos objetos eran menos valiosos, pero, amigos, seguían trayendo dinero a casa.

Es decir, si una iglesia tenía el cráneo de un santo y un día al año, pongamos, hacía una fiesta y aceptaba donaciones a cambio de dejar pasar un trapito o algo así sobre el cráneo, el dinero fluía. Uno pagaba un poco y, a cambio, se iba a casa con un objeto sagrado que podía ponerse sobre un familiar enfermo esperando la intercesión del santo que fue dueño del cráneo a favor de la curación.

Es casi imposible tener una reliquia de primera, relacionada con Cristo, y ahí aparece el Santo Prepucio

Salvando las distancias, esto de las reliquias era como un virus. El contacto con un objeto santo convertía a un objeto mundano también en santo.

Volviendo a las más valiosas de todas, las que eran restos corporales de santos, dado que Jesús ascendió al cielo en cuerpo y alma, era casi imposible tener una reliquia de primer orden asociada a Cristo. Es decir, su mano o su cráneo estaban fuera de nuestro alcance, aunque quizás un mechón de pelo o algo similar, podría ser una opción.

En este sentido lo más alucinante de todo fue el Santo Prepucio, que provenía, por supuesto, de la circuncisión de Cristo. ¿Qué probabilidad hay de que alguien guardara durante años ese trocito de piel, sin saber que el niño en cuestión era el hijo de Dios? Sería un milagro, claro, pero al fin y al cabo, hablamos de Cristo. En cualquier caso, durante siglos el Santo Prepucio fue una de las reliquias posibles de la cristiandad, si bien su historia es poco clara y casi anecdótica. Pero algunos aseguraron tenerlo.

Quizás hoy nos parezca algo absurdo esto de las reliquias, pero visto con perspectiva, tiene mucha lógica

Como decía al comienzo, los reformistas atacaron esta idea de las reliquias, como consecuencia de su visión de los santos. Calvino, por ejemplo, criticó la cantidad de leche materna de la Virgen que había por el mundo, diciendo que sólo sería posible si fuera una vaca que hubiera estado amamantando toda la vida. Una comparación poco afortunada, en mi opinión y con mi visión del siglo XXI, todo sea dicho.

La devoción por las reliquias, me parece a mí, ha descendido mucho con el paso del tiempo. A ello ha contribuido la propia Iglesia. Pero hay que ser considerado y benévolo a la hora de valorar este tipo de cosas. ¿No hay coleccionistas de antigüedades? ¿No hay gente que persigue autógrafos? ¿No los hay que se pirran por una foto con cualquier famoso? Pues si en esa ecuación metemos la fe, es normal que los restos de santos y objetos similares fueran en su tiempo algo a admirar, querer tocar o desear tener cerca.

Sin ir más lejos, yo tengo en casa un par de botecitos con arena cogida en las playas en las que ocurrió el Desembarco de Normandía. Y sé perfectamente que es poco probable que un solo grano de arena de esos botes estuviera en la playa en aquel día de 1944, pero ahí los tengo. Visto esto, ¿a qué creyente no le gustaría tener una reliquia, por muy de tercera categoría que fuera? Aunque sea una piedrecita del muro donde un santo se apoyó a descansar una tarde de verano En definitiva, y si me permiten la broma, ¿a quién no le va a gustar un baptisterio romano del siglo I?

Manuel J. Prieto

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