Estoy leyendo la autobiografía de Isaac Asimov, que se ha publicado hace poco en la editorial Arpa, aquí en España. Escritor prolífico como pocos, escribió dos autobiografías, y esta segunda es original en el planteamiento y en la forma. Está estructurada en reflexiones o capítulos cortos sobre temas concretos. A caballo entre la cronología habitual en los diarios y biografías y la selección de temas aleatoria. Habla de su vida, de sus obras, de otros escritores… de todo. Hay un divertido intercambio de pullas entre Asimov y Arthur C. Clarke, en el capítulo que dedica a este autor.
Ya les conté hace mucho que Asimov está presente en 9 de las 10 categorías de la clasificación Dewey. No creo que haya muchos autores, si hay algún otro, que lo hayan conseguido, porque eso quiere decir que escribió libros de 9 de las 10 grandes categorías de temas. Escribió más de 500 obras y en su autobiografía no esconde el gran concepto que tenía de sí mismo, como otros muchos escritores, por otra parte.
De hecho, hace unos días estuve en un encuentro con Berna González Harbour, periodista y escritora, y Guillermo Altares, responsable actual de Babelia, el suplemento cultural de El País. Entre otras muchas cosas, mencionaron los horrores del ego de los autores. Tengo algún amigo en el mundo editorial que menciona lo mismo, lo insufribles que son los autores muchas veces con sus obras.
Asimov no recibía muy bien las críticas y aunque comprende y defiende a los críticos, se nota cierto resquemor contra ellos. Esto contrasta con una anécdota que cuenta entre él y otro de los tres grandes de la ciencia-ficción del siglo pasado, Arthur C. Clarke. Probablemente hoy la lista será otra, pero Asimov, Robert Anson Heinlein y Clarke eran considerados los tres grandes en su tiempo.
Esa anécdota que cuenta Asimov comenzó cuando un avión se estrelló y entre los supervivientes, aproximadamente la mitad del pasaje, había un hombre que estaba leyendo un libro de Arthur C. Clarke. El hombre dijo a los periódicos que esa lectura le había permitido mantener la calma durante el accidente. La noticia se publicó y Clarke la fotocopió y le envió una copia a mucha gente, entre ellos, a Asimov. Esto ya es otra muestra del ego de los autores. A quién se le ocurriría compartir masivamente, en tiempos de envíos postales, una noticia así tan sólo para hablar de sí mismo.
Clarke incluyó una nota manuscrita en el envío a Asimov. Junto a la noticia escribió: qué pena que no estuviera leyendo una de tus novelas, habría seguido dormido durante toda la terrible experiencia.
Asimov cogió la pluma y un papel y respondió a Clarke: al contrario, la razón por la que estaba [el pasajero] leyendo tu novela es porque si el avión se estrellaba, la muerte llegaría como una liberación celestial.
Me ha resultado simpática esta anécdota, que no es la única ni mucho menos que cuenta Asimov en el libro, porque es una pulla entre dos grandes que gracias al humor maquillan su ego, pero no logran ocultarlo. Me recuerda a otra, también entro dos autores.
En una ocasión George Bernard Shaw envió dos entradas a Winston Churchill, para que acudiera al estreno de una de sus obras. Junto con las entradas iba una nota: Le envío dos entradas para el estreno, para usted y un amigo, en caso de que lo tenga.
La respuesta de Churchill estuvo a la altura: No podré ir el día del estreno, pero iré a la segunda representación, en caso de que haya.
Fuente de la imagen: fandom.com
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Siempre que aparece algo sobre citas de famosos y es una historia rematadamente buena, desconfío. Einstein suele ser ela diana favorita de estas cosas. Y como Churchill no suele andar muy lejos, se me ocurrió buscar la anécdota final. Es muy buena, pero tiene pinta de no ser cierta.
https://winstonchurchill.hillsdale.edu/george-bernard-shaw/
https://quoteinvestigator.com/2012/03/25/two-tickets-shaw/
Por lo demás, gracias por lo concerniente a Asimov, que era de lo que relamente iba el artículo.
Saludos.