En 1894 tuvo lugar la conocida como gran crisis del estiércol de caballo. Alguno pensará que se trata de una metáfora ocurrente, eso del estiércol de caballo, pero se equivoca. Estamos hablando literalmente de ello. El gran problema que se presentaba entonces, hace unos 125 años, era el control y manejo de las cantidades enormes de estiércol de caballo que se esperaban en las ciudades. Pero antes de nada, hagamos una aclaración.
El problema con el estiércol existió, pero la crisis parece una leyenda
De igual forma que hoy vemos la gestión de la contaminación de los coches como un problema debido al uso de estos en las ciudades, a finales del siglo XIX se veía un problema en el estiércol de caballo. Qué hacer con tanta mierda, literalmente. En aquel tiempo no se llamaba así, no se llamaba crisis, pero el problema existía. El término lo acuñó Stephen Davis en 2004.
Que el problema existiera no quiere decir que fuera una crisis ni que alcanzara el nivel de preocupación que se ha escrito en muchos medios, algunos de muy alto nivel. Parece que hay bastante de paparrucha, o de fake news, en todo esto de la gran crisis del estiércol de caballo. Aparece la historia en muchos sitios, en libros prestigiosos, en grandes periódicos, pero me temo que todo es una exageración.
Es cierto que los responsables de la gestión urbanística veían con preocupación cómo el uso cada vez más común de los carruajes, llevaba a que se tuvieran que retirar de las calles grandes cantidades de estiércol. Y, lógicamente, con todo aquello luego había que hacer algo.
En varios sitios, entre ellos en el Financial Times, he leído que The Times publicó en aquel 1894 un artículo sobre el tema. Aseguraba que en 50 años cada calle de Londres estará enterrada bajo nueve pies de estiércol. Siempre Londres y sus problemas con los malos olores.
Dicho esto, también he leído que es imposible encontrar tal artículo. Recuerden, en cualquier caso, aquello de se non è vero è ben trovato, y así la historia cala. Se comentó también entonces que para 1930 el estiércol de caballo alcanzaría el tercer piso de las casas de Manhattan. De nuevo, me temo que es una exageración. Esta vez en The New Yorker.
El estiércol iba a enterrar Londres y Nueva York, por la cantidad de caballos, pero nunca ocurrió
El problema era curioso. Los animales que tiraban de los carruajes dejaban estiércol en las calles de las ciudades. Estos excrementos, por el bien de todos, tenían que ser retirados, pero en ese proceso de limpieza de las calles, se usaban de nuevo carruajes y caballos. Es decir, el propio método de limpieza generaba residuos. Hubo un tiempo en que los caballos sabían hasta sumar, estaban por todos lados.
Dicen estos artículos sobre el tema que Londres tenían entonces varias decenas de miles carruajes para transporte público, de diferente tamaño, tirados por caballos. Algunos utilizaban hasta 12 caballos al día para moverse. El problema se repetía en Chicago o Nueva York. En esta última ciudad, sus 100.000 caballos regaban la ciudad con 2 toneladas y media de estiércol cada día. Como decía, el problema existía. Un problema de gestión de residuos.
Durante gran parte de la historia el estiércol tenía un valor, ya que servía para alimentar el campo y hacerlo así más productivo. A esta gran crisis del estiércol de caballo contribuyó que los fertilizantes químicos habían desplazado al producto natural que producían los animales. Dicho de otro modo, el estiércol ya no tenía tanto salida comercial como abono.
Igual que ocurre hoy con las cumbres del clima y la contaminación, en 1898 hubo una convención internacional sobre planificación urbanística. Se celebró en Nueva York y tenía una duración prevista de 10 días. Al tercero de ellos se disolvió la reunión porque no había ideas ni propuestas sobre como atajar el problema del estiércol en las ciudades. El único sitio en el que he podido leer sobre esta conferencia es en artículos sobre el problema del estiércol y los caballos.
Esta historia se repite en libros, artículos, conferencias…
Aunque sea en gran medida una leyenda y una paparrucha, la gran crisis del estiércol de caballo es un caso paradigmático de incorporación de nuevas tecnologías a la sociedad. Problemas que se veían irresolubles con una extrapolación del presente, desaparecen por la aparición de nuevas tecnologías que lo cambian todo. En este caso de 1894, el automóvil llegó y arrasó con los caballos y su estiércol, haciendo que nunca llegara a ser una realidad el peor escenario. En 1912 los caballos ya no eran tan comunes y el problema se había disuelto.
Por si no ha quedado claro por el camino, reitero que esta historia tiene un gran componente de invención o al menos hay muchas dudas sobre el alcance real del problema. Lógicamente, al ser un ejemplo que se usa para argumentar sobre el cambio climático y cómo la tecnología solucionará el problema, tenemos además muy subjetividad e intereses que hacen aún más complicado conocer la verdad.