Imprimatur, nihil obstat e imprimi potest, el permiso para imprimir libros

Imprimatur, nihil obstat e imprimi potest

Comenzando por la definición, el imprimatur es la aprobación que da la autoridad eclesiástica a la publicación de un texto. Esta aprobación certifica que dicho texto y las ideas que expone están de acuerdo con las doctrinas religiosas. En el pasado, también la moral de la Iglesia entraba en juego y para recibir el imprimatur, el libro tenía que moverse dentro de la moralidad católica. Así, con las palabras imprimatur, nihil obstat e imprimi potest, era concedido el permiso para imprimir libros.

Con este sello de calidad, por decirlo de algún modo, los creyentes pueden, incluso hoy, leer una obra sin miedo, ya que no entrará en contradicción con sus creencias o con lo que dicta su religión. Dicho esto, es aconsejable, en mi opinión, leer cosas que vayan contra las creencias de uno, sean del tipo que sean. Si no, nunca sabrá si está equivocado.

El imprimatur era una forma muy efectiva de censura

El imprimatur, que puede tomarse hoy como algo accesorio, un extra destinado a un público concreto, era un requerimiento importante en muchos casos y sin él uno tenía cerradas muchas puertas a la hora de publicar o vender un libro. En muchos estados, ya modernos, dirigidos o asociados en gran medida a la Iglesia, el imprimatur era algo obligatorio para publicar según qué obras. Era una forma de censura. Por cierto, que la censura en los libros es más común de lo que pensamos. Aquí les dejo una lista de 20 libros que han sido prohibidos.

El imprimatur acababa siendo exactamente esa palabra, algo así como un sello, que iba impresa en el libro. De hecho, en algún libro que anda por casa está ese sello, firmado por la autoridad religiosa competente. En el caso personal, con un nihil obstat, esto es, un nada que objetar. El sello también podía decir imprimi potest, es decir, puede imprimirse, aunque veremos a continuación que hay matices.

Nihil obstat e imprimatur han saltado al lenguaje común

Así, cualquiera de las tres versiones: imprimatur, nihil obstat e imprimi potest daba el visto bueno al texto. De hecho, un nihil obstat iba seguido de un imprimatur en muchos casos. Es decir, nada que objetar, por lo tanto, imprímase.

Volviendo a los matices, el nihil obstat indicaba que algún miembro de la Iglesia había revisado el texto y que no iba en contra de los dogmas ni de la doctrina. Imprimi potest, por su parte, se utilizaba cuando el libro había sido escrito por un religioso e indicaba que había sido examinado por sus superiores en la orden a la que pertenecía.

Esta costumbre u obligación se hizo muy común en el siglo XVII. Tanto es así, que saltó al lenguaje popular. Se usa imprimatur como sinónimo de aprobado u oficialmente aceptado. De igual forma, la expresión nihil obstat, que significa nada que objetar, también se ha hecho popular y se usa ya fuera de su sentido original asociado a los libros.

Los libros de ciencia son el ejemplo habitual de obras que tenían que conseguir su imprimatur si querían prosperar y no tener problemas, incluso con el Santo Oficio. Un caso curioso es el de Galileo. Condenado en 1633, murió en 1642 con su obra aún despreciada por la Iglesia. En 1741, casi 100 años después de su muerte, se probó como cierta su teoría sobre el movimiento de la Tierra en torno al Sol. Fue entonces cuando Benedicto XIV pidió al Santo Oficio que se le diera el imprimatur a las obras de Galileo. Luego llegarían más problemas, eso sí, pero esa es otra historia.

En 1907 el Papa dio un espaldarazo al imprimatur, reviviéndolo

Hay un momento importante para el tema que nos ocupa, y fue ya en el siglo XX. El papa Pío X, en 1907, promulgó la encíclica Pascendi Dominici gregis, en la que condenaba algunas cosas del mundo moderno y promovía acciones para detener ese modernismo. Creaba así el nihil obstat que, como decía, he visto en algún libro de temática general publicado en la España franquista. Decía la encíclica:

El censor dará su sentencia por escrito; y, si fuere favorable, el obispo otorgará la licencia de publicarse, con la palabra Imprimatur, a la cual se deberá anteponer la fórmula Nihil obstat, añadiendo el nombre del censor.

El papa no se fiaba ni siquiera del imprimatur dado por otro, y abogaba incluso porque un libro tuviera que pasar varias veces por el proceso:

Ni se os debe poner delante, venerables hermanos, que el autor de algún libro haya obtenido en otra diócesis la facultad que llaman ordinariamente Imprimatur; ya porque puede ser falsa, ya porque se pudo dar con negligencia o por demasiada benignidad, o por demasiada confianza puesta en el autor

En la actualidad, sigue existiendo el imprimatur, aunque sólo para libros de temática religiosa. Y lo que se busca es precisamente ese reconocimiento, ese sello que permita a un lector saber que lo que va a leer está de acuerdo con su Iglesia.

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