Venimos viviendo, en España, un tiempo de política donde los pactos y las elecciones son el pan nuestro de cada día. La democracia de partidos que se articula en el parlamento, tiene sus trámites y sus números, pero es sencillo si se compara con el método de elección del dux veneciano. En Venecia, entre los siglos VIII y XVIII, había un método muy complejo y largo para elegir al dux. El objetivo del mismo era evitar las trampas, las intrigas y los aprovechamientos de interesados.
El dux o dogo veneciano, era el máximo líder y dirigente de la República de Venecia. Como era de esperar, no hablamos de un sistema democrático en el gobierno. Para empezar, tan sólo los miembros de las grandes familias venecianas, inscritas y censadas en el Libro de Oro que se custodiaba el Palacio Ducal, tenían derecho a ser elegidos como dux. Eso limitaba la lista de candidatos a unas 2.500 personas.
Todo comenzaba con la elección de 30 nombres por sorteo, de entre los listados en el Libro de Oro. En ese grupo de 30, no podía haber parientes entre sí. Un segundo sorteo dejaba el grupo de 30 en 9. Esto lo hacía el Gran Consejo colocando en una urna papeletas con los nombres de todos los posibles seleccionados. El más joven de ellos debía salir a la plaza de San Marcos, coger a un niño, y llevarlo allí para que sacara papeletas de la urna. Así se hacían los sorteos. Así se habían seleccionado primero 30 y luego 9 de entre ellos.
Ese Comité de los Nueve elegía a otros 40 miembros, y un sorteo seleccionaba a 12, el Comité de los Doce, de entre esos 40. El Comité de los Doce elegía a unos nuevos 25 hombres, que volvían a verse reducidos a un grupo de 9, por sorteo. Estos 9 seleccionaban a otros 45 que un sorteo dejaba en 11. El Comité de los Once.
El proceso seguía, ya que el Comité de los Once elegía a 41 de entre el Libro de Oro, como todos los demás, y además ninguno de esos 41 podía haber estado en los anteriores comités del proceso, esto es, el de los Nueve, el de los Doce o el de los Once. Cada uno de los elegidos en cada votación tenía que tener un número de votos relevante, y tasado con un mínimo. Es decir, hacía falta tener 9 votos para ser seleccionado para los comités. Un voto de más o de menos puede ser clave, como bien sabemos.
Si todo aquello se había cumplido, entonces esos 41 venecianos tenían el honor de elegir, por fin, al dux, que gobernaría hasta su muerte. Para ello se reunían en una sala y cada uno escribía un nombre y lo metía en una urna. Se extraía un papel de la urna, al azar, y todos podían opinar y objetar la elección como dux del hombre cuyo nombre estaba en la papeleta. El interesado en ocasiones era convocado a aclarar o explicar alguna cuestión, para zanjar esas objeciones. Después de esto, se votaba sobre él y si el candidato tenía el voto favorable de al menos 25 de los 41, era proclamado dux. Si esto no ocurría, su nombre se descartaba y se extraía uno nuevo de la urna.
El título de dux no era hereditario. De entre los 120 que hubo en la República de Venecia entre el siglo VIII y el XVIII, es posible que alguno consiguiera burlar al sistema y alcanzar el poder de forma irregular, pero no lo tuvo fácil. Lo cierto es que el método de elecciones y sorteos que acabamos de leer estaba pensado para ser una garantía contra las trampas. El proceso era suficientemente complejo y tan participativo dentro de la aristocracia veneciana que era casi imposible que una sola familia fuera capaz de controlarlo o viciarlo.
Por si todo esto fuera poco, tal era la sospecha sobre los que ansiaban el poder en Venecia, que incluso se llegó a plantear extender el proceso, incluyendo más sorteos y elecciones. Frente a esto, en la mayoría de lugares de Europa en esos mismos siglos, un puñado de dinastía y casas gobernaban de manera continua. Además, emparentadas entre ellas en muchos casos.
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