Curistoria

Dos verdades y una mentira

La vida de unos y otros se va entrelazando con el paso del tiempo, como bien sabemos. Esto ha dado lugar a situaciones y coincidencias sorprendentes. Hoy quiero contarles tres de estas curiosas historias de idas y venidas de los hechos, que además tienen en común que alguien salvó la vida a otro, para que luego el destino jugara a los dados. Quizás Dios no juegue a los dados, pero el destino sí. Les advierto antes de comenzar que en estos relatos hay dos verdades y una mentira. Pero no se preocupen, les diré cuál es cuál.

Estas dos verdades y una mentira relacionan a Fleming con Churchill, a un asesino con su salvador y a un actor famoso con la muerte de Lincoln

Comencemos por la mentira, que, por otra parte, ha dado muchas vueltas por Internet. Pero es mucho más antigua, porque apareció ya publicada en 1944. Es aquella que dice que el padre de Winston Churchill se cayó a un lago helado y se salvó gracias a un muchacho llamado Alexander que lo socorrió. En agradecimiento, Churchill padre, que se llamaba Randolph, se ocupó de que el joven tuviera la mejor educación posible, corriendo él con todos los gastos.

Alexander aprovechó la ayuda y se graduó con honores. Con el tiempo, ese joven, que se apellidaba Fleming, descubrió la penicilina. En 1943, Winston Churchill enfermó gravemente cuando estaba en Oriente Próximo. Ahí se cerró el círculo, porque el famoso político escapó de la muerte gracias a la penicilina. Que no hubiera existido si su padre no hubiera pagado la formación de Fleming.

Como en otras buenas leyendas de este tipo, se añade un pelín de realidad a la ficción para hacerla pasar mejor. Es cierto que Winston Churchill enfermó de neumonía, pero no fue tratado con penicilina. Eso sí, es posible que en otros momentos de su vida sí que se usara para tratarle de alguna infección. También es cierto que en junio de 1946 Churchill consultó a Fleming sobre una infección.

De aquí en adelante, las verdades, en las que hay dos asesinos y dos hombres que salvaron la vida de otro

La primera de las historias verdaderas ya la conté en Curistoria, pero quiero recordársela aunque sea brevemente. Trata sobre el etarra que asesinó de un tiro en la sien al hombre que le había salvado la vida. Un hecho brutal que demuestra lo inhumanos y desalmados que eran los miembros de ETA y su entorno. Pueden leerlo detallado aquí. El resumen es el siguiente. Un asesino de la banda terrorista, Cándido Azpiazu, remató a Ramón Baglietto de un tiro en la sien, después de que ametrallaran el coche en el que viajaba este segundo. Lo más impresionante es que Ramón había salvado a Cándido de morir atropellado cuando este tenía solo once meses. La madre y el hermano del etarra fueron arrollados y murieron.

La segunda de las historias verdaderas cruza la vida del asesino de Lincoln con el del hijo del presidente. Y, como la de Baglietto, también tiene algo que ver con un atropello y con un disparo. Ocurrió cuando el primogénito de Abraham Lincoln, Robert Todd Lincoln, nacido en 1843, estaba en el andén de la estación de tren de Jersey City. Debido a la aglomeración, resbaló y cayó entre el andén y el tren, justo cuando este comenzaba a moverse.

Por suerte para él, alguien le agarró del abrigo y tiró hacia arriba, sacándole del agujero y del peligro, y devolviéndolo a la seguridad del andén. Ese alguien era Edwin Booth, que no era cualquier persona. Era un actor de enorme éxito, de los más reconocidos del siglo XIX, que además también gestionaba teatros. Por esta razón el hijo de Lincoln lo conoció tan pronto como se hubo recuperado del susto. Pero, a la postre, su hermano John Wilkes Booth, que también era actor, le superó en fama. Curiosamente por lo que pasó en un teatro.

El 14 de abril de 1865 John Wilkes Booth disparó contra Abraham Lincoln en Ford’s Theatre de Washington. El presidente tardó unas horas en morir y allí se cerraba el círculo. Un Booth asesinaba a un Lincoln. Antes, un Booth había salvado a un Lincoln.

Si le interesan este tipo de casualidades, quizás les guste saber qué relación hay entre Aldous Huxley y George Orwell, o entre Cleopatra y yo mismo.

Manuel J. Prieto

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