Paco Roca es uno de mis dibujantes de cómic favoritos. En su última obra, El abismo del olvido, cuenta la historia de cómo Leoncio Badía, que trabajaba como sepulturero en la Guerra Civil, ayudó a que se pudieran identificar los cadáveres de algunos fusilados. Un caso similar pasó en la Segunda Guerra Mundial con Piet Kuijt, el holandés que marcó con plantas las fosas comunes nazis para localizarlas después de la guerra.
En la Holanda ocupada, los soldados nazis solían llevar a los prisioneros hasta una zona llena de dunas al norte de La Haya y allí los asesinaban. Entre esos condenados a muerte, como era de esperar, había muchos miembros de la Resistencia. Tras los disparos, los cuerpos eran enterrados en fosas comunes. De esta forma, el paso del tiempo habría hecho que fuera imposible recuperar y reconocer a los muertos. Gracias a un hombre, esta última parte del plan alemán les salió mal.
Piet Kuitj tenía permiso para trabajar en la zona como jardinero, y sabía lo que significaba la tierra removida
Piet Kuijt era un jardinero, o agricultor, no sabría bien clasificarlo, que tenía permiso de los alemanes para trabajar en aquella zona. Aunque era de acceso restringido para la mayoría, él tenía trabajo que hacer allí. Kuijt plantaba carrizo, un tipo de planta perenne que crece bastante rápido. El holandés conocía la zona perfectamente y sabía lo que hacían los alemanes al amanecer en aquellas dunas. Por eso, cuando llegaba por la mañana al campo, no tenía dudas sobre dónde habían enterrado a los fusilados de cada noche, sólo tenía que buscar la tierra revuelta. Aquellos asesinatos estaban condenado al olvido, pero nuestro protagonista fue marcando esas fosas comunes.
Con algún tipo de patrón en la plantación que nadie más que él conocía y que nunca jamás compartió, Kuitj iba señalando los lugares donde habría que exhumar cuerpos una vez pasada la pesadilla de la ocupación nazi. Si alguna vez llegaba ese final, porque era imposible que él supiera entonces si los alemanes iban a ganar o perder la guerra.
En julio de 1945 llegó ese momento final y Kuijt fue entonces descubriendo las tumbas, indicando el lugar en las dunas en el que estaba cada una. Su labor permitió que los restos de unos 270 fusilados pudieran ser recuperados, muchos de ellos para ser identificados y entregados a las familias. Eso sí, todavía hay 27 cuerpos de los que no sabe nada. Algunos de los fusilados como represalia por el atentado contra el general nazi Rauter acabaron sepultados en esas dunas.
Nunca quiso ningún reconocimiento por aquella labor
Este hombre quizás hizo aquello por decencia, por alguna extraña sensación de deber, ya que rechazó los reconocimientos que se le quisieron dar. No aceptó la medalla de la Resistencia, y se negó a aparecer en algunos lugares relacionados con la lucha contra los nazis. Según su propia familia, era muy reservado, y aquellos días de la guerra le dejaron una marca tan dolorosa que prefería no volver a ello, ni con el recuerdo.
Hoy hay una ruta en bicicleta que lleva su nombre y que recorre el mismo camino que él hacía para ir cada mañana a su trabajo. Como decía al finalizar la entrada sobre el empeño de Parmentier por popularizar la patata, no todos los héroes llevan capa. Entonces lo hacía con un tono cómico, hoy, con otro tono. Porque Kuijt fue un pequeño héroe de la Segunda Guerra Mundial, que aportó su granito de humanidad y dignidad a la historia. Es el tipo que mira a la cámara en la foto, por cierto (fuente de la foto).
No me gusta ser un troll, pero a lo mejor eso es lo que dijo cuando le pillaron rebuscando joyas entre los fallecidos.
Hombre, sería raro que hubiera esperado a finalizar la guerra para ir a robar. Por otra parte, los asesinados eran prisioneros de la Resistencia, así que no llevarían mucho encima.
En cualquier caso, gracias por comentar.