Nunca pensaríamos que un ordenador utilizado para cálculos armamentísticos relacionados con temas nucleares estuviera a la vista de todos mientras funcionaba. Casi en un escaparate, por así decirlo, en una de las calles más famosas y transitadas de Nueva York. Pero así fue, un ordenador hacía cálculos nucleares expuesto en un escaparate de Nueva York allá por los años 40, al comienzo ya de la Guerra Fría, para algunas de las mentes más brillantes de Estados Unidos.
Un ordenador hacía cálculos nucleares expuesto en un escaparate de Nueva York, en la esquina de la Quinta Avenida con la 67
A finales de la década de los 40 del siglo pasado algunos científicos, entre los que estaba el genio John Von Neumann, estaban tratando de conocer en detalle la viabilidad de la bomba de hidrógeno y cómo se comportaría la misma. La evolución de algunas variables y la interacción entre ellas era un trabajo demasiado arduo para los humanos, y los ordenadores eran una opción. En concreto, el objetivo era calcular la multiplicación de neutrones, el movimiento de la radiación y la hidrodinámica del proceso de fisión nuclear.
Hablamos de ordenadores prehistóricos, en cuanto a la historia de la computación se refiere. Por lo tanto, no piensen en pantallas gráficas ni en texto que cualquier pudiera leer. En cualquier caso, Robert Richtmyer, un físico y matemático estadounidense que participó en el proyecto Manhattan, propuso en septiembre de 1947 a John Von Neumann usar un ordenador para los cálculos. Había que simular en un ordenador la explosión de una bomba de fisión. A Von Neumann le pareció buena la idea y ambos comenzaron a poner en marcha el proyecto en Princeton, junto con otros científicos.
Que aquello no era sencillo es obvio, pero además podemos constatarlo si tenemos en cuenta el tiempo que les llevó completar su objetivo: 3 años. Estuvieron creando el programa informático durante un año antes de comenzar las ejecuciones. Todo muy agile, como diría irónicamente un programador de nuestros días. Por supuesto, durante el resto de los 3 años se continuaron haciendo ajustes, cambios, pruebas… en el programa. Por cierto, era una de los primeros usos computacionales de los métodos de Montecarlo que había ideado el propio Von Neumann junto con Stanislaw Ulam.
El proyecto se llamaba Hipopótamo, por una broma que parece sacada de The Big Bang Theory
El proyecto se llamó Hipopótamo. El nombre del proyecto proviene de una de esas bromas absurdas entre científicos, que bien podría estar en el guion de The Big Bang Theory. Al parecer Richtmyer escribía notas crípticas para sí mismo en la esquina superior de una pizarra. Un día apareció una nota en la pizarra cuando Richtmyer estaba fuera, escrita imitando su letra. La nota decía: Agua dulce para el hipopótamo. Y de ahí el nombre en clave del proyecto. No olviden, hablamos de armas nucleares, aunque parezca mentira. Recuerden también a Maud Ray Kent, el falso aviso de Bohr sobre los nazis y la bomba atómica, para constatar que a veces lo más serio tiene estas cosas cómicas dentro.
El ordenador que se usó en el proyecto era el SSEC de IBM. SSEC son las siglas de Selective Sequence Electronic Calculator, esto es, Calculadora Electrónica de Secuencia Selectiva. Era un monstruo enorme, de esos ordenadores que se suele decir que son armarios que ocupaban y calentaban habitaciones enteras. Tenía 12.500 válvulas de vacío y más de 21.000 relés.
En este caso el monstruo en cuestión estaba en la sala de exposición de las oficinas de IBM en Nueva York. Concretamente en la esquina de la calle 67 con la Quinta Avenida. Las paredes de cristal de la oficina de IBM daban a la calle, y por lo tanto la gente que pasaba por allí podía ver el ordenador funcionando. Lo que no sabían era la importancia de lo que estaba haciendo.
No hay nada mejor que esconder algo a la vista de todo el mundo
La cinta de papel perforada con los datos alimentaba al bicho a la vista de todos en Nueva York. Las veinticuatro horas al día y todos los días de la semana, la máquina calculaba y calculaba. Eran cálculos armamentísticos relacionados con bombas nucleares y se hacían a unos metros de la calle por la que pasaban decenas de miles de personas todos los días. Como decía alguien en alguna película, que no recuerdo, no hay nada mejor que esconder algo a la vista de todo el mundo. En realidad ya estaba oculto porque ninguno de los que se paraba a mirar el ordenador podía comprender qué estaba haciendo ni conocer nada al respecto.
Esta historia la cuenta George Dyson en su libro La catedral de Turing. Por otra parte, acaban de publicar en España la biografía de Von Neumann escrita por Ananyo Bhattacharya. No he podido leerla todavía (está en la infinita y siempre creciente lista de libros pendientes), pero Von Neumann es un personaje que merece mucha más atención de la que recibe. Un auténtico genio.
Un último detalle. Aquel ordenador de IBM, aunque quedó obsoleto en poco tiempo, también fue usado por la NASA para calcular la posición de la Luna y de los planetas.
Foto: Columbia.edu
La verdad acerca de que la mejor manera de ocutar algo es dejarlo a plena vista, disimulado; está plasmada en el cuento «The purloined letter» de Edgar Allan Poe.
Sobre Von Neumann, hay que deicr que es el padre de la moderna Teoría de Juegos, como narra Bronowski en su libro y serie de TV «El Ascenso del Hombre». Cuenta Bronowski que cuando oyó a Von Neumann hablarle sobre el tema, le respondió mencionando al ajedrez; a lo que Von Neumann refutó, asegurando que el ajedrez no es un juego, sino una forma de computación. En otras palabras, la Teoría de Juego implica el azar, las nociones de probabilidad y de incertidumbre; todo lo cual está ausente del ajedrez, cuyas posibilidades son finitas, conocidas y factibles de ser calculadas con exactitud. En cambio, el dominó y el bridge sí son juegos, en el sentido matemático-estadístico del término.
Gracias, José Gregorio, por la aportación. Muy interesante.
Por cierto, con seguridad debo haber leído ese cuento de Poe en algún momento, pero lo cierto es que no lo recuerdo.
Saludos.
Trata de alguien que posee una carta que hurtó, y que incrimina a un muy alto personaje del alto gobierno; con la cual lo chantajea. El funcionario hace revisar totalmente la residencia del chantajista, sin resultado alguno.
Al final, se sabe que la ajó y ensució, y la colocó en una cartelera en la entrada de su residencia, a plena vista; pero al revés y con un escrito inocuo en la cara que dejó visible.