Siempre ha habido rumores falsos y certezas, ambas cosas, sobre las relaciones entre algunos hombres de Iglesia y las mujeres. Y, por fuerza, había de todo. Había relaciones que rompían el celibato y eran perseguidas, y había acusados sin razón, a veces buscando el mal y otras por chantaje. Todo esto traía de cabeza a los clérigos, a algunas mujeres y a los responsables de la Iglesia. Tanto es así que hasta se promulgaron leyes al respecto. Pero lo más interesante es que en esas leyes se castigaba a las mujeres por liarse con clérigos, pero no a los clérigos por liarse con mujeres.
Se castigaba a las mujeres por liarse con clérigos, pero no a los clérigos. Y se castigaba a los maridos de las mujeres, pero no a los clérigos
Hablamos finales del siglo XV y hay que tener en cuenta que era otra sociedad. En ella la ley que penaba la relación entre mujeres y clérigos, monjes y frailes… sólo establecía penas para las mujeres o los adúlteros, pero no para los religiosos. Los castigos estipulaban que la primera vez que una mujer era pillada en relación íntima con un religioso, pagaba un marco de plata. La segunda, además de pagar, era desterrada. Y la tercera, además de pagar, se llevaba 100 azotes públicamente.
En 1491 se promulgó una ley que se esforzaba, seguramente en vano, en poner algo más de justicia en este tema y evitar chantajes y acusaciones falsas. Eso sí, seguía protegiendo a los religiosos sobremanera y buscando más acotar las falsas acusaciones que otra cosa. Los Reyes Católicos establecieron que:
- Ninguna mujer podía ser acusada de estar amancebada, liada diríamos en nuestro lenguaje de hoy, con un clérigo, salvo aquella que fuera soltera y el clérigo en cuestión la tenga públicamente por pareja.
- Ninguna mujer casa sería tenida por manceba de clérigo, salvo que el que acusara fuera el marido.
En mi opinión, esto dejaba a los clérigos en buena situación, porque salvo que fueran poco discretos, podían tener relaciones sin mucho problema real. Es más, cuántos maridos se callarían sus sospechas para no quedar mal o por otras razones. Y sólo ellos podían denunciar que su mujer andaba en tratos carnales con un religioso.
Eso sí, los maridos que no denunciaban que eran cornudos, siendo esto público, cuando los cuernos venían de un clérigo, también eran castigados. En resumen: los maridos, castigados; las mujeres, castigadas. Los religiosos… ya otro día. Al final la tentación está en todos lados y hay que ser comprensivo. Recuerden que hubo una Biblia que ordenaba cometer actos impuros (por error).
Se trató de controlar también que los clérigos casaran a sus amantes con sus criados, para tenerlas cerca
En 1503 se ratificó todo esto y se puso por escrito un problema curioso. Muchos clérigos tenían relaciones con mujeres de forma más o menos pública, pero para encubrir el delito las casaban con sus criados. Así, vivían en las casas de los religiosos como esposas de un criado, pero en realidad eran las amantes del religioso en cuestión. Si esto se descubría, ya que era un delito, había un castigo, pero adivinen para quién. Para la mujer. Y, supongo, para el criado, ya que era el marido, sabía de la relación y no había denunciado.
Decía al comienzo que las leyes que regulaban esto perseguían a la mujer, y no al clérigo, y eso es lo más sorprendente. Sabiendo que estoy juzgando el pasado con los ojos actuales y que eso es algo que no se debe hacer, ahí va mi reflexión. Una mujer, soltera, no había hecho ningún voto ni estaba comprometida en modo alguno a no tener relación carnal con un clérigo. Era este, en cambio, el que tenía el celibato como deber insoslayable. Por lo tanto, el que incumplía era el religioso. Pero el castigo era para ellas. Como decía, otros tiempos. Por cierto, desconozco si este tipo de comportamientos tenían algún castigo dentro de la propia Iglesia para sus miembros.
Eran otros tiempos, pero continúan los clérigos hoy día haciendo de las suyas y cuesta que las autoridades de la iglesia colaboren en las investigaciones