He leído esta historia en el magnífico libro sobre la espía Ursula Kuczynski, nombre en clave Sonya, escrito por Ben Macintyre. En unos días les hablaré en detalle del libro, que es fascinante. Por el personaje, por la historia y por la buena mano de Macintyre. Pero hoy les vengo a contar algo que parece sacado de una comedia. Podría ser parte de la película Top Secret y no nos sorprendería. Es la cómica historia del espía Alexander Foote y su apodo en Rusia.
Alexander Foote fue un británico nacido en Liverpool en 1905 que trabajó como espía y operador de radio para los rusos, principalmente desde Suiza. A diferencia de otros muchos, parece que Foote no era uno de esos convencidos de las ventajas del comunismo, poniendo eso por encima de su país, su familia y hasta de su propia vida. Pero lo cierto es que espió para los rusos.
La cómica historia del espía Alexander Foote y su apodo en Rusia tiene un reverso terrible que ilustra la Rusia comunista
Combatió en la Guerra Civil Española como parte de las Brigadas Internacionales, pero llegó ahí tan sólo por sus ideas políticas. Al parecer, había dejado embarazada a una joven y escapaba de la situación. Tras la guerra en España volvió a casa pero poco después acabó metido en el mundo del espionaje y no fue un elemento menor. Trabajó con Ursula Kuczynski y con la Orquesta Roja en Suiza antes de que lo apresaran en 1942. Tras dos años disfrutando de la vida en prisión, salió libre. Él mismo dijo que le gustaba la cárcel, porque después de mucho tiempo podía relajarse sin temer que lo descubrieran y dedicarse a leer libros.
Una vez en la calle viajó a París, que para entonces ya había sido liberada, y contactó con los soviéticos que lo mandaron a Rusia. Allí tuvo que pasar un calvario del que muchos no salieron. Lo interrogaron y maltrataron para asegurarse de que no era un traidor, de que no era un agente doble. Ya también de que no era un comunista contrario al Estado soviético, que casi era la peor acusación posible.
Después de un tiempo y de muchas preguntas, le permitieron salir a pasear por Moscú. Acompañado, eso sí, de un escolta y vigilante. Tenía orden de no hablar con nadie ni responder a pregunta alguna. En uno de esos paseos un miliciano paró a Foote y le pidió su documentación. El escolta le dijo al miliciano que avisara a un superior. Al poco llegó un oficial del KGB un poco exaltado pidiendo la documentación y explicaciones.
Mr. Fuckof al final sí que le dijo Fuck Off a Rusia y se pasó al MI6 británico
Foote le respondió en su inglés de Liverpool: fuck off. Esto podríamos traducirlo, amablemente, por un vete a la mierda. Por supuesto, nadie lo entendió. El escolta dio algún dato, se hizo alguna llamada y poco después se aclaró todo y Foote y su escolta se libraron de aquellos hombres del KGB. Había quedado claro que no eran dos hombres cualquiera. Y esto, en la Rusia comunista, era mucho decir, porque no sabías con quién podrías estar hablando y nadie quería tener problemas. Esos problemas se solían resolver enviando a alguien al gulag.
Lo más curioso de todo esto fue que a partir de aquel día, los milicianos que se cruzaba Foote en sus paseos le saludaban cordialmente. No sabían quién era, pero sabían que alguien de cierta relevancia tenía que ser. Lo llamaban camarada Fuckof, porque sólo habían oído de su boca esas palabras y daban por hecho que era su nombre. Es cierto que suena a nombre ruso.
Al final Foote traicionó a Rusia y acabó trabajando para el MI6 británico. Publicó sus memorias y acabó trabajando en el Ministerio de Agricultura y Pesca británico. De alguna forma, Mr. Fuckof acabó diciéndole fuck off de verdad a sus colegas rusos. No te puedes fiar de nadie en ese mundo del espionaje. Si no, recuerden a la espía castrista a la que EEUU pagó un año sabático en Cuba.