La casualidad es amiga de los descubrimientos y de los inventos, bien lo sabemos. Y es casualidad que un perro se pierda por un agujero y que justo ahí haya una cueva. Que, además, la cueva sea una joya del arte rupestre, ya el algo insólito. Bien, pues las cuevas de Altamira se descubrieron gracias a un perro que se perdió por un agujero. Y por si esto fuera poco, no es un caso único. Aunque sí son únicas las cuevas.
Una niña fue la primera que vio las pinturas y gritó: ¡toros!
Las cuevas de Altamira fueron descubiertas en 1868 por un asturiano llamado Modesto Cubillas. Andaba de caza con su perro, cuando perdió a este de vista. Oía sus ladridos, pero no lo veía, y es que el pobre animal estaba bajo el suelo. Cubillas buscó y finalmente dio con el agujero por el que se había metido el perro. Lo más sorprendente llegó al abrir la boca del agujero para sacar al perro. Allí lo que había era toda una cueva. Pero esto era sólo el principio.
El descubrimiento no levantó entonces mucho interés, entre otras cosas, porque no se exploró en aquel momento la cueva. Cubillas informó al propietario del terreno, el marqués de Sautuola, y ahí quedó todo durante más de una década. Pasaron exactamente 11 años antes de que el marqués visitara la cueva y viera algunas marcas y manchas en la pared, aunque no les dio importancia. El descubrimiento facilitado por el perro, seguía sin llegar.
El marqués volvió un tiempo después a la cueva, en este caso acompañado de su hija, que se llamaba María y tenía 9 años. Además entraron algunos trabajadores, con la idea de buscar algún resto prehistórico, pero nunca pinturas. Buscaban huesos y cosas similares. El propietario del terreno había visto en la Exposición de París de 1878 algunos restos prehistóricos que le habían llamado la atención y trataba de encontrar algo similar. Fue María, la niña, la que se alejó un poco y vio las pinturas por primera vez. Comenzó a gritar: ¡toros!¡toros! Así, las cuevas de Altamira se descubrieron gracias a un perro, pero los hombres tardaron 11 años en enterarse del rastro de animales que marcaba el perro, si me permiten la broma.
La historia de la cueva de Lascaux es similar a la de Altamira
El de Altamira no es un caso único. En 1940 cazaban unos jóvenes cerca de Montignac, en Francia, cuando su perro se metió por lo que parecía una madriguera. De nuevo, escucharon los ladridos bajo tierra y al abrir un agujero para sacar al animalillo, que se llamaba Robot, descubrieron toda una cueva. En ella había magníficas pinturas prehistóricas de toros, bisontes y otros animales.
Así se descubrió la cueva de Lacaux, otro de los templos del arte rupestre. Gracias a un perro que se perdió durante una cacería. Este hallazgo fue importante, tanto, que el éxito de visitas cuando se abrió al público dañó tanto las pinturas, que la cueva tuvo que ser cerrada a las visitas. Algo parecido ha ocurrido también en Altamira, por cierto.