Las Joyas de la Corona británica están en la Torre de Londres, pero algunas de las joyas de la corona de la historia universal están también en Londres, en el Museo Británico o British Museum, en su propio idioma. Entre esas joyas ocupa un lugar destacado la Piedra de Rosetta, aunque habitualmente se la menciona sin el de, es decir, tan sólo Piedra Rosetta. En realidad, fue descubierta por los franceses, pero muy pronto acabó en manos inglesas, como era de esperar, a consecuencia de un enfrentamiento militar.
En 1798 Napoleón Bonaparte encabezó la campaña de Egipto para hacerse con ese territorio en una lucha de poder contra los ingleses. El ejército de Napoleón iba acompañado de una comisión cuyo objetivo estaba en las ciencias y en las artes y no tanto en la política o el combate. Más de 150 hombres componían esa comisión, lo que deja claramente de manifiesto que no era algo testimonial.
El 15 de julio de 1799, el teniente Pierre-François Bouchard descubrió la piedra labrada en una de sus caras después de que lo soldados hubieran estado excavando cerca de la ciudad de Rosetta para reforzar su posición. De ahí proviene el nombre de la piedra, como supondrán, pero lo curioso es que la ciudad se llama Rashid, y Rosetta fue el nombre que le dieron los franceses en aquella campaña.
Ya en el primer momento se dieron cuenta de que las inscripciones eran tres, identificando una como escritura jeroglífica y otra como griego. Supusieron que podrían ser tres formas de escribir el mismo texto, lo que era cierto y por lo tanto abría una puerta gigante al conocimiento de los jeroglíficos.
Napoleón abandonó Egipto en 1799, pero el ejército francés y la Piedra Rosetta se quedaron en África, haciendo frente al ejército inglés y a los otomanos. No era la piedra la única reliquia que viajaba con el ejército. Finalmente, los franceses fueron derrotados y todas sus posesiones fueron a parar a manos británicas, aunque hubo cierta disputa en aquella transición.
Los perdedores alegaban que todo lo descubierto pertenecía a Francia, que no formaba parte de ningún botín de guerra y que los científicos franceses deberían llevarse todo lo descubierto con ellos. Por el contrario, los vencedores se negaban a tal cosa y decían que los científicos podían volver a Francia con todo lo que habían traído, pero que lo descubierto y recogido en Egipto durante aquellos meses pasaba a manos británicas. Por supuesto, estos sabían que el valor de algunos de aquellos era enorme e incluso habían dispuesto expertos para analizar las piezas en liza.
Se dice que el general francés Jacques-François Menou intentó salvar la Piedra de Rosetta con el argumento de que era un objeto de su colección personal, pero no consiguió evitar su cesión al vencedor. Las negociaciones sobre a quién pertenecía todo aquello, que por supuesto no pertenecía a ningún poder local egipcio a los ojos de los colonos, no fueron sencillas y a punto estuvieron de acabar mal para los propios objetos.
Según parece, cuando algunos soldados franceses se enteraron de que lo que ellos habían ido acumulando tras meses de campaña iba a parar a manos enemigas, intentaron destruirlo. Hubiera sido un desastre para toda la humanidad que la Piedra de Rosetta hubiera sido hecha polvo, literalmente. Probablemente el conocimiento de los jeroglíficos hubiera sido el mismo ya que la piedra ya se había copiado y las copias estaban en Francia, pero la pérdida del propio objeto hubiera sido irreparable.