La Perla Peregrina, de la corona española al cuello de Elisabeth Taylor y a la boca de un perro

Felipe III con la Perla Peregrina
(Felipe III con la Perla Peregrina)

Que una joya o piedra preciosa tenga un nombre propio y reconocido ya denota una importancia poco habitual. Pero si encima ha estado por los cuellos de algunas de las cabezas más importantes del mundo durante siglos, entonces esa piedra es historia. Este es el caso de la Perla Peregrina.

No hay consenso total sobre cómo fue su descubrimiento, pero lo cierto es que a comienzos del siglo XVI esta piedra salió a la luz bajo el agua en América. Dice la leyenda que el esclavo que la encontró se ganó la libertad precisamente por su descubrimiento, pero, como digo, parece leyenda. Permítanme una digresión para recomendarles obra de John Steinbeck titulada La perla, que me ha venido ahora a la cabeza.

Se le llamó peregrina en base a la acepción de la RAE que dice que algo peregrino es extraño, especial, raro o pocas veces visto. Como veremos, no obstante, también se acomoda a la acepción que tiene que ver con la hermosura o la excelencia, o una tercera que también recoge el diccionario y que habla de las aves que van de un lugar a otro. La Perla Peregrina también ha sido muy viajera. Tanto es así que hay varias importantes damas sobre las que se dice que tuvieron la importante piedra en su poder, desde María Tudor, a la sazón esposa de Felipe II, hasta Isabel I de Portugal. La teoría que cita a Tudor se ha descartado, ya que la perla que muestra en un retrato famoso que le hizo Antonio Moro, era otra joya. Lo cierto es que en el siglo XVI la Perla Peregrina ya formaba parte de la colección de joyas de la realeza española, en manos de Felipe II. En el retrato que vemos arriba de Felipe III, este la muestra en su sombrero.

(Margarita de Austria y la Perla Peregrina)

La reina Margarita de Austria-Estiria, esposa de Felipe III, luce la joya en este retrato ecuestre que le hizo Velázquez. La Perla, como otras pertenencias de importancia (joyas, arte…) iban pasando de reyes a príncipes cuando el primero desaparecía y el segundo se convertía en el primero, ya saben aquello de el rey ha muerto, ¡viva el rey! que viene a ser lo mismo que a rey muerto, rey puesto.

Así fue todo hasta comienzos del XIX, cuando Francia invadió España y José Bonaparte le regaló la perla a su esposa. Viajó la piedra a París y más tarde a Nueva York, cuando el rey francés cambio de amor. De sus manos pasó a las de Napoleón III, ya totalmente fuera del ámbito de la corona española. El nuevo propietario, a mediados del XIX, se vio corto de dinero y se la vendió a un inglés, el duque de Abercorn, cuya esposa la lució en el cuello varias veces. Un siglo estuvo la Perla Peregrina con los aristócratas británicos, hasta 1969, cuando salió a subasta en Sotheby’s.

El actor Richard Burton se hizo con la perla por 37.000 dólares de la época, lo que hoy vendrían a ser unos 256.000 dólares. No parece mucho por un objeto que mezcla historia y valor. Burton no la quería para él, era un regalo para su esposa, que no era otra que Elisabeth Taylor. Con el tiempo, la mítica actriz entregó a Cartier la perla para que hiciera un rediseño de la joya y el joyero le añadió al collar más perlas, diamantes y rubíes.

Esta obra de Cartier se subastó en Christie’s en 2011, tras morir al actriz, y pagaron por ella 9 millones de dólares. Como les decía, el precio que pagó Burton fue una ganga, si bien es cierto que entre Burton y este último precio está el añadido de Cartier, que tampoco es como para pasarlo por alto.

Por cierto, hay una historia paralela que dice que la Perla Peregrina auténtica no es la que tenía Taylor, sino que volvió a manos de la corona española a través de Alfonso XIII y que incluso la reina Sofía la ha lucido en alguna ocasión.

Volviendo atrás, según parece, ya en el tiempo en que los ingleses tenían la Perla Peregrina, esta se soltó varias veces de su engarce, cayendo al suelo. Esto mismo le pasó en una ocasión a Elisabeth Taylor, y cuando llegó al suelo la piedra preciosa, un caniche la cogió con la boca, de donde tuvieron que sacársela con cuidado, ya imaginarán por qué… por el bien del animal.

(Elisabeth Taylor con la Perla Peregrina)

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