(El cartel de Citroën sobre la Torre Eiffel) |
Publicidad, publicidad y publicidad por todos lados. Estaciones de metro con nombres de empresa, teatros que tienen como apellido a su patrocinador, museos que son sostenidos por compañías… parece que todo ha caído en manos de la publicidad. Pero esto no es algo nuevo.
Durante una década, desde mediados de los años 20 hasta mediados de los 30, la Torre Eiffel fue un enorme luminoso al servicio de la marca de coches Citroën. Con unas 250.000 bombillas luciendo desde lo más alto de París, aquel enorme cartel propagandístico dejaba clara la importancia del fabricante francés.
Por si les pareciera poco que un lado de la torre más famosa de Francia, y quizás del mundo, luciera tal anuncio, nunca mejor dicho, les diré que no era sólo un lado, sino que el cartelón con la publicidad estaba instalado en tres de las caras del monumento. Las siete letras ocupaban unos 30 metros y medio de altura y tal era su potencia y acierto en la colocación, que a más de 30 kilómetros de distancia se veía y leía la palabra Citröen. Tanto es así que Charles Lindbergh usó el luminoso como referencia para orientarse y aterrizar en París después de más de 33 horas de vuelo para cruzar el Atlántico pilotando El espíritu de San Luis.
Un anuncio impresionante. Piensen ahora si sería posible algo similar, que un cartel semejante iluminara, o ensombreciera, la Torre Eiffel; que de la Gran Muralla China colgaran anuncios o que, en el Museo del Prado, entre cuadro y cuadro, se colgara un póster publicitario incitando a tomar una hamburguesa de alguna cadena tras la visita.