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Leonid Rogozov, el médico que se operó a sí mismo

(Leonid Rogozov, durante la operación)

Hace unos meses, un británico, harto de sufrir dolores mientras su puesto en la lista de espera de la sanidad nunca llegaba a meterlo en quirófano, se operó a sí mismo. Los dolores, para mayor desesperación suya, se debían a que en una operación anterior los cirujanos se habían dejado un trozo de nylon dentro de su cuerpo. Graham Smith, que así se llama, llevaba 15 años con ese agente extraño en su cuerpo y en su operación tuvo que abrirse, deshacer 12 nudos que tenía el nylon, sacarlo y coserse la herida.

Lógicamente, esa práctica no es nada recomendable. Pero el señor Smith no es el único caso de autocirugía de la historia. Uno de los más conocidos es el del soviético Leonid Rogozov, que a diferencia del inglés no tuvo opción y se tuvo que operar a sí mismo en 1961.

Rogozov, que tenía a su favor que era médico, comenzó a sentirse mal en abril de aquel 1961 y tras unas horas con náuseas y fiebre, apareció un dolor agudo en la parte inferior derecha del abdomen. A pesar de que intentó mejorar su situación, no lo consiguió y esta cada vez fue a peor, haciéndose obvio para él mismo que su apéndice debía extirparse y que de lo contrario la peritonitis podía ser su final. Por otra parte, Rogozov no tenía a quién pedir ayuda, ya que estaba en una estación de investigación en la Antártida, a miles de kilómetros de cualquier otro médico.

No tenía un avión a su alcance que lo pudiera trasladar y además la meteorología estaba en su contra. En esa situación, sólo quedaba un camino: auto operarse para extirpar de su propio cuerpo el apéndice.

Se inyectó anestesia local y con la ayuda de dos compañeros de la estación, un conductor y un meteorólogo, comenzó la operación. Tuvo que parar varias veces para descansar porque no se sentía bien, como es lógico. Como Rogozov dejó escrito:

El sangrado era bastante pesado, pero me tomé mi tiempo… Al abrir el peritoneo, dañé el intestino y tuve que coserlo. Me sentía más y más débil, mi cabeza comenzó a girar. Cada cuatro o cinco minutos descansaba 20 ó 25 segundos.

Sus ayudantes le iban diciendo cómo estaban las cosas dentro del cuerpo, mirando por el agujero de 12 centímetros que Rogozov se había hecho en el vientre y por el que él no podía mirar como quisiera. Pensó en usar un espejo, pero finalmente lo descartó.

Tras dos horas la operación concluyó y en las horas siguientes comenzó la mejoría, desapareciendo finalmente la fiebre y restableciéndose totalmente en un par de semanas.

Desde luego, hay que tener muchas cosas en la cabeza, algunas buenas y otras malas, para realizarse una cirugía a uno mismo. En mi caso, no haría falta anestesia alguna, sólo con pensarlo ya me desmayo.

Fuente: El Mundo, BBC

Curistoria

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