(Charles Dickens) |
No es extraño que un autor busque información o documentación para sus libros de la forma más directa posible. Pero quién sabe dónde está el límite entre la persecución loable de documentación y detalles que luego plasmar en los textos y el morbo insano. No sabría decir en qué punto entre esos dos extremos estaba Charles Dickens.
Dickens era un gran autor, de eso no hay duda y lo sigue siendo dos siglos después de su nacimiento. Lo que no sabemos es qué parte de ese buen resultado en sus libros se debe a su afición a visitar la morgue de París. Según parece, cuando estaba en la capital francesa, pasaba casi todos los días por la morgue y se entretenía largo rato mirando los cadáveres expuestos. En aquel tiempo se exhibían abiertamente al público los cuerpos que no habían sido identificados, que habitualmente correspondían a vagabundos e infelices semejantes.
El autor inglés miraba y remiraba los cadáveres y se interesaba por las circunstancias de la muerte. No acaba ahí la cosa, ya que también solía visitar los lugares en los que habían ocurrido crímenes y curioseaba en los detalles más escabrosos y sangrientos. Como decía, es complicado saber hasta dónde llegaba el escritor y dónde comenzaba el hombre con una mente quizás algo morbosa.
Fuente: Vidas secretas de grandes escritores, de Robert Schnakenberg
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