
La palabra trofeo tiene un origen relacionado con la guerra. Proviene del griego y hacía referencia a un monumento que se levantaba en el campo de batalla para celebrar una victoria. Ese monumento estaba formado por las armas, escudos y demás objetos que se habían arrebatado al enemigo. Así de antigua es la idea de hacerse con objetos del enemigo en la batalla, y celebrarlo. Un hecho nos permite ver la importancia de los trofeos. Es el incendio provocado que acabó con los trofeos de combate de Napoleón.
Los trofeos de guerra son parte de la historia
El 21 de octubre de 1805 tuvo lugar la batalla de Trafalgar. Como es sabido, los británicos vencieron aquel día junto a las costas gaditanas y mandaron al fondo algunos navíos franceses y españoles, además de capturar y dañar otros. El bando vencedor tenía al frente a Horatio Nelson, el mítico manco inglés, que había perdido su brazo derecho en la batalla de Santa Cruz de Tenerife, en 1797. Por cierto, perdió esa extremidad nada más desembarcar, por un tiro de mosquete.
Entre los trofeos que se llevaron los británicos aquel día destaca una bandera enorme que ondeaba en el navío San Ildefonso, capturado en la batalla. Ese pabellón de combate, de 145 metros cuadrados, fue colgada en la catedral londinense de San Pablo, durante el funeral de Nelson. Sigue en tierras británicas, concretamente en el Museo Marítimo Nacional de Greenwich. La siguiente imagen representa el funeral de Nelson y pueden ver la bandera del San Ildefonso a la izquierda y hacerse una idea de su tamaño.

Otro caso relevante es el del Pendón de las Navas de Tolosa, capturado por los cristianos en la Batalla de las Navas de Tolosa, en 1212. Era una tela que adornaba la entrada de la tienda personal del califa almohade Muhammad al-Nasir, conocido como Miramamolín. Hoy este pendón se puede ver en el Museo de Telas Medievales dentro del Monasterio de Las Huelgas, en Burgos.
Estos casos son una muestra de la importancia de los trofeos de guerra. Siempre lo han sido. Desde los romanos hasta las guerras mundiales. En la época napoleónica, por supuesto, esta costumbre también existió. Capturar la bandera de un regimiento enemigo era más que un triunfo, y esas insignias se guardaban como un tesoro.
El incendio provocado que acabó con los trofeos de combate de Napoleón fue una acción desesperada de los franceses para evitar que sus enemigos los recuperaran
Estos emblemas militares, principalmente las banderas, eran todo un símbolo cuando se capturaban y se llevaba un inventario de ellos. Muchos acabaron en museos, cuarteles y edificios de todo tipo, conmemorando con orgullo una victoria. La catedral de San Luis de los Inválidos, en París, fue uno de esos lugares que en tiempo de Napoleón se convirtió en algo similar a un museo o almacén que custodiaba trofeos capturados a los enemigos del Gran Corso por toda Europa.
En marzo de 1814 el Primer Imperio decaía cuando las fuerzas aliadas (con rusos, prusianos, británicos…) sitiaban París, el mariscal Jean-Mathieu-Philibert Sérurier, gobernador de los Inválidos, tomó una decisión salvaje y desesperada. Fue entonces cuando provocó el incendio más glorioso de todos los tiempos.
Mandó hacer una gran pira en el patio de honor de los Inválidos con todos los trofeos de guerra que había ido atesorando el imperio napoleónico con los años. Ardieron más de mil cuatrocientas banderas para evitar que se convirtieran a su vez en trofeos contra Francia al haberlas recuperado. Esa vuelta a casa, podríamos decir que habría sido una humillación a los ojos de los franceses.
La tela, por supuesto, quedó convertida en cenizas, pero las partes metálicas de los mástiles, como los remates superiores ornamentados, quedaron intactos. Quizás algo tiznados, pero enteros. Todas las cenizas, y estos otros elementos fueron barridos y arrojados al Sena. Posteriormente algunas de esas partes metálicas se recuperaron del río y, de nuevo, volvieron a ser parte de los fondos de un museo y expuestas al público.
Aunque en ocasiones se ha dicho que fue el incendio más glorioso de la historia, fue más bien lo contrario

El mariscal Sérurier se encargó personalmente de destruir la espada y el fajín que habían pertenecido a Federico el Grande, para evitar así que los prusianos se hicieran con ellos. En cambio, algunas telas tuvieron suerte y escaparon de ese incendio. Es el caso de una bandera tomada por Napoleón en 1805 en la campaña de Austria y que en la actualidad se puede ver colgada en la iglesia.
Ni que decir tiene que, aunque en ocasiones se llame a este hecho el incendio más glorioso de todos los tiempos, fue más bien lo contrario, una catástrofe para la historia. Es más, el motivo no era otro que la desesperación y la derrota, por lo que poca gloria podía contener.
Pocos días después del incendio, el 31 de marzo de 1814, París cayó en manos aliadas. Esas cenizas de los trofeos son casi una metáfora de lo que eran ya las victorias de Napoleón.
