
Cuántas obras maravillosas se habrán perdido en la historia de la literatura. En ocasiones a propósito, en otras por accidente y las más de las veces porque los editores no acertaron a aceptar la obra y al final se quedó en un cajón. Hoy quiero contarles la historia curiosa de algunos manuscritos perdidos para siempre y la de alguno que se salvó, contra todo pronóstico. Empecemos por las buenas noticias.
Franz Kafka murió el 3 de junio de 1924, a los cuarenta años. Había sido muy explícito con lo que quería hacer con sus textos una vez que él hubiera muerto: debían ser quemados. Así se lo pidió, o podríamos decir que se lo encargó, a su amigo Max Brod. Viendo que la muerte se le acercaba, Kafka le escribió una carta a Brod con instrucciones claras. Le decía también que lo debía hacer cuanto antes. No sólo debía destruir sus textos, sino también su correspondencia y todo lo demás. Ni que decir tiene que Brod no hizo caso.
Aunque el autor checo había publicado varias de sus obras en vida, otras, como El proceso o El castillo (enlaces afiliados), se habrían perdido. De hecho, Kafka había ya destruido muchos de sus textos. En este caso, afortunadamente, parte de la obra acabó viendo la luz. Eso sí, en contra de la voluntad de su autor, lo que daría para un interesante debate sobre quién es el dueño de la obra y si debíamos hoy estar leyendo algo que Kafka no quería que leyéramos. En otros casos ha ocurrido lo contrario, se han perdido obras que el autor valoraba y quería acabar publicando.
La historia curiosa de algunos manuscritos perdidos para siempre, como la autobiografía de Lord Byron
El 19 de abril de 1824 falleció Lord Byron. A diferencia de Kafka, el poeta inglés había escrito su autobiografía, que no era breve, y la había reservado para que se publicara tras su muerte. No es extraño elucubrar sobre los motivos que le llevaron a esta decisión. ¿Revelaba algo tan escandaloso sobre otras personas que no quería afrontar en vida el hacerlo público? ¿Quizás era algo sobre sí mismo lo que no quería que se supiera hasta su muerte? Da igual, nunca se sabrá, aunque se sospecha.
El 17 de mayo, casi un mes después de la muerte de Byron, las dos copias manuscritas que había de su autobiografía fueron arrojadas al fuego. Se conoce el lugar en el que ocurrieron los hechos y a los autores. Fueron nada menos que seis personas, entre las que estaba el editor del poeta, algunos amigos y dos abogados. Uno de esos seis, Thomas Moore, había sido el Brod de Byron, es decir, el depositario de la obra. Aun así, todos estuvieron de acuerdo en destruir la autobiografía de Byron.
Se dice que el motivo para mandar al fuego la historia de la vida de Byron era que contaba los amores homosexuales que había tenido. En aquella sociedad británica revelar algo así era condenar, literalmente, a muchos hombres. Así que quizás deberíamos decir que actuaron bien las seis personas que nos dejaron sin acceso a la autobiografía de George Gordon Byron, por mucho que nos duela.
La maleta perdida de Hemingway

La pérdida del manuscrito de Byron fue intencionada, por lo que me parece mucho peor lo que le ocurrió a Ernest Hemingway. En diciembre de 1922, el autor estaba en Suiza y le había enseñado algunos de sus textos al editor Lincoln Steffens. A este le gustaron y pidió ver más, así que Hemingway le encargó a su mujer, que estaba en la casa de París en la que vivían, que se los llevara.
La esposa del autor en aquel momento, Elizabeth Hadley Richardson, recogió todos los escritos que tenía a mano y todas sus copias, los metió en una maleta y cogió un tren. Es lógico que pensara que ante la duda, mejor llevarlo todo y así no correr el riesgo de dejar en casa algo valioso. Todavía en la estación de París, Elizabeth fue a comprar una botella de agua para el viaje y se despistó un momento de la maleta. Como supondrán, al volver tras comprar el agua, la maleta había desaparecido.
La cara del ladrón cuando viera que la maleta estaba llena de papeles debió ser interesante, pero con el tiempo esos papeles valdrían millones
En ese 1922 Hemingway no había publicado ninguna obra de ficción todavía, y sus trabajos hasta la fecha iban en aquella maleta. Se salvaron únicamente dos obras cortas. Una que Elizabeth no encontró cuando preparó la maleta (Allá en Michigan) y una cuyo manuscrito estaba en manos de una revista para ser publicado (Mi viejo).
El autor estadounidense quedó arrasado emocionalmente cuando supo de la pérdida y volvió a París para intentar recuperar la maleta. Puso anuncios ofreciendo una recompensa a quien encontrara sus escritos. Todo fue inútil. Imaginen la cara del ladrón de la maleta cuando la abriera y sólo viera papeles y más papeles. Debió pensar que aquello no valía nada.
Tres décadas después, en 1954, Hemingway ganó el premio Nobel de literatura. Había ganado el Pulitzer el año anterior. En ese momento, y por supuesto hoy, los textos de esa maleta valdrían millones. Lástima que el ladrón no lo supiera y no los guardara.
Virgilio también dejó prescrito que quemaran la Eneida. Afortunadamente, no le hicieron caso.
Esa hubiera sido otra pérdida importante. La verdad es que se agradece que no hicieran caso al autor, aunque era el autor.
Saludos.
Pues nada, denuncia (en el caso del chico de la cucaracha es evidente la culpa) y una temporada en la carcel…
https://www.conceptosjuridicos.com/delito-de-deslealtad-profesional/
Pues no; porque, primero, debe darse en el seno de un procedimiento judicial, en sus actos preparatorios o en los actos posteriores; y, segundo, debe demostrarse que existe un perjuicio manifiesto para los intereses del cliente.
Y en la cárcel, que tendrá tiempo, puede leer la historia de la cucaracha, que esa sí estaba ya publicada.