La increíble historia de un tipo condenado, ahorcado, absuelto y reconocido inocente, por ese orden

La increíble historia de un tipo condenado, ahorcado, absuelto y reconocido inocente

Lo que le pasó a Will Purvis es alucinante. Es la increíble historia de un tipo condenado, ahorcado, absuelto y reconocido inocente, por ese orden. Que además, lanzó un juramente como el último maestre templario. Incluso tiene una moraleja sobre la justicia.

William Isaac Purvis nació el 27 de septiembre de 1872 en el condado de Jasper, en Misisipi. Pertenecía a los White Caps, que traducido vendría a ser Gorras Blancas. Esta organización tenía muchas similitudes con el Ku Klux Klan. Su objetivo era castigar crímenes que, a sus ojos, las autoridades ignoraban y dejaban pasar.

En una de esas acciones de tomarse la justicia por su mano, algunos white caps le habían dado una paliza a un hombre de color llamado Sam Waller. Los jefes de este hombre, unos hermanos que se apellidaban Buckley, se quejaron de esta acción y se pusieron en contra del grupo racista. Esto acabó mal para ellos, ya que un día en que iban a caballo sufrieron una emboscada y uno de los hermanos fue tiroteado y murió.

La increíble historia de un tipo condenado, ahorcado, absuelto y reconocido inocente, por ese orden, tiene además algo así como un juramento parecido a una ordalía

James Buckley, el superviviente del ataque, le dio al sheriff local que había visto a Will Purvis cerca del lugar del crimen y con una pistola. Tras esto el acusado fue detenido y juzgado. Se le encontró culpable del asesinato y fue condenado a morir ahorcado. Era entonces 1894 y por lo tanto tenía 22 años.

A pesar de todo mantenía que era inocente y que además no tenía nada que ver con los White Caps, aunque más tarde reconocía que sí formaba parte de la organización. Esto recuerda a Fernando IV de León y Castilla, El Emplazado y a Jacques de Molay, el último maestre templario, cuando fue condenado a la hoguera, Purvis lanzó un juramento contra los que le habían mandado a la muerte, asegurando a voces que viviría más que todos ellos. Lo había condenado un jurado, así que esa promesa no iba contra un solo hombre, un juez, sino contra todo un grupo de hombres.

Escapó de la cárcel, aunque volvió a ser capturado y el 7 de febrero de 1894 le pusieron la soga al cuello en una ejecución pública, con un buen número de curiosos mirando. Eran otros tiempos y la horca era una atracción pública, podríamos decir. Cuando el verdugo activó la trampilla que dejaba a Purvis colgando del cuello, el nudo de la soga se deshizo y el condenado salió vivo de aquel primer intento.

Un nuevo gobernador analizó el caso e indultó a Purvis

El sheriff abogó por intentarlo de nuevo, pero se argumentó allí mismo que ya había sido ahorcado y que quizás hacerlo dos veces iba contra la justicia. Se acordó consultar al gobernador y volver a intentarlo otro día, si así se dictaba.

Un caso parecido al de Mariano Coronado, en 1802 en Valladolid, el condenado a muerte que salió vivo. Pero si en el caso español se decidió que había sido ahorcado aunque siguiera con vida y lo dejaron ir, no fue así con el estadounidense. El Tribunal Supremo de Misisipi dictaminó que había que volver a ahorcarlo.

Tres años más tarde, con un nuevo gobernador en el cargo, Purvis recibió el perdón. Supongo que la coartada que tenía para el momento del asesinato y que en un primer momento fue obviada, ahora se había tomado en consideración.

Cuando murió se había cumplido su promesa, ya que unos días antes había muerto el último miembro del jurado que quedaba con vida

Incluso cuando ya estaba libre, el tipo seguía asegurando cada vez que podía que él era inocente, que no había cometido el crimen. Se casó, tuvo once hijos y vivió tranquilamente como granjero. Veinticuatro años después del asesinato, un hombre confesó el nombre del autor. Era 1917 y un tipo llamado Joe Beard, en su lecho de muerte, dijo que él había estado envuelto en el asesinato y que el autor material era Louis Thornhill. Como este ya había muerto y Beard estaba en las últimas, nada más había que hacer.

En vista de todo esto, Purvis fue indemnizado en 1920 con 5.000 dólares, que equivalen a cerca de 125.000 dólares actuales. Nuestro protagonista pudo disfrutar de aquella cantidad durante casi veinte años, hasta su muerte por un infarto el 13 de octubre de 1938. Tenía 66 años y tres días antes había muerto el último miembro del jurado que lo había condenado. Se había cumplido su promesa, como si fuera una ordalía.

Fuente de la imagen: Findagrave.

3 comentarios

  1. Historias increíbles en verdad, tanto la de Purvis, como la de Coronado y otras similares; gracias por divulgarlas.

    Creo que en el título el orden correcto es: «condenado, ahorcado, indultado y absuelto». Hago la precisión porque cuando fue liberado fue por un perdón del gobernador; y sólo por la confesión tardía del implicado moribundo fue absuelto, es decir, declarado libre de responsabilidad penal.

    En cuanto a la disparidad de criterio en los casos mencionados y en otros, en relación a si se debe repetir o no la ejecución; la letra y el espíritu de las sentencias es claro: el reo es condenado a muerte de acuerdo a un método legal que la sentencia establece.

    En el caso del ahorcamiento es ahorcarlo (sinónimo: «colgarlo») «hasta la muerte» como se lee en el artículo. Ergo, si no se produjo la muerte, no hubo ahorcamiento, sino un intento fallido, por lo que debe repetirse el procedimiento hasta que se cumpla la sentencia.
    DRAE:
    Ahorcar: tr. Colgar a una persona o un animal por el cuello para darle muerte
    Colgar: tr. coloq. Dar muerte a una persona o a un animal ajustándole una cuerda al cuello y haciendo que quede suspendido de ella. U. t. c. prnl.
    Sin: ahorcar, guindar.

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