El castillo de Colditz está en la localidad alemana que lleva ese nombre y a muchos aficionados a la Segunda Guerra Mundial les resultará muy familiar. Fue el campo Oflag (Offizier Lager) IVc, esto es, un campo para oficiales prisioneros de guerra. Pero no fue un campo cualquiera, porque allí se enviaba a los que acumulaban intentos para escaparse en otros lugares. A este sitio y a sus personajes está dedicado el libro Los prisioneros de Colditz, de Ben Macintyre.
Los prisioneros de Colditz, de Ben Macintyre, cuenta la vida en Colditz y la impresionante partida de ajedrez entre escaparse y vigilar, entre prisioneros y guardianes
Como supondrán, si allí destinaban a los oficiales aliados que se empeñaban en fugarse de donde los encarcelaban, la seguridad del castillo de Colditz era enorme. Además de la que proporcionaba el propio castillo, sus muros y su situación, había toda una serie de controles, protocolos, guardias, más controles, registros… Y a pesar de todo esto, hubo muchísimos intentos de fuga, con unos 32 exitosos.
En el castillo se respetaban las normas del tratado de Ginebra de 1929 y eso estableció una relación curiosa y de cierto respeto entre los prisioneros y sus guardianes. Aun así, cada uno trataba de conseguir su objetivo con todo el empeño. La colección de personajes es maravillosa e increíble. Aristócratas, millonarios, espías, sacerdotes, médicos… Alguno tan famoso como David Stirling, fundador del SAS, o como el piloto Douglas Bader, tan heroico en el aire como déspota en tierra, que pilotaba a pesar de haber perdido las dos piernas en un accidente.
Las formas y los planes de escapatoria se cuentan por decenas, y no quiero contarles mucho para que, como yo he hecho, los vayan descubriendo con asombro a medida que lean el libro. Sólo les daré algunos apuntes. A lo largo de los años, hicieron varios túneles para escapar de la prisión. Uno de ellos se descubrió porque habían acumulado más de una tonelada de tierra en el techo del castillo, sacada del suelo, y se comenzaron a combar las vigas.
Los recuentos de prisioneros se hacían varias veces al día en el patio, y frente a ellos había soldados fantasma e incluso maniquíes
Cuando un soldado se escapaba, se daba la voz de alarma a la policía de la zona y se le buscaba en las estaciones de tren y sitios así. Tras unos días sin localizarlo, se daba por consumada la fuga. Sabiendo esto, algunos soldados se escondían dentro de la prisión y al faltar en los recuentos en el patio, se les tomaba por fugados. Se daba la voz de alarma fuera del castillo, pero tras unos días sin encontrarlos, porque seguían escondidos dentro de la prisión, se les daba por fugados. A estos soldados se les llamaba fantasmas.
Luego se fugaban realmente otros soldados y los fantasmas salían de su escondite para disfrazarse y colocarse en los recuentos en el lugar de los que realmente habían huido. Como no se detectaba esa fuga en marcha gracias a los fantasmas, no se lanzaba la búsqueda.
La colección de hechos es abracadabrante. Una última pieza del puzle para que se animen a leer el libro y componerlo ustedes mismos al completo. Cuando se liberó el lugar en 1945, se encontró el conocido como gallo de Colditz, un planeador que los prisioneros estuvieron construyendo durante meses en las dependencias del castillo, sin que los guardas fueran capaces de descubrirlo. Como tampoco descubrieron nunca la radio con la que los prisioneros escuchaban la BBC para informarse, aunque los alemanes sabían de su existencia y la buscaban.
El gallo de Colditz, que debía su apodo a la forma de volar del gallo, que no vuela realmente pero sí puede planear, se había construido con 6.000 piezas de manera, trozos de somieres, cable robado de las instalaciones, fundas de colchón… Y el diseño se debían en gran medida a un libro sobre aeronáutica que había en la biblioteca de la prisión. Por cierto, la única foto que hay de este planeador la hizo Lee Carson, la mujer que fue el primer corresponsal del guerra en entrar en el País liberado.
Personalmente me gustan mucho los libros de Ben Macintyre por su temática, por las historias que selecciona para contar y por cómo lo hace. En este caso va uno de asombro en asombro. Y esto sin dejar de apuntar cómo eran los protagonistas, sus personalidades y de tratar de ir un poco más allá. La relación entre oficiales y sus ordenanzas es un buen ejemplo de esto, o cómo estaba el sexo presente entre los prisioneros.
Leyendo esto uno no se extraña que lo que ocurrió en Colditz en la Segunda Guerra Mundial haya dado para películas, juegos de mesa, videojuegos, libros, series, documentales…