Tras la última entrada, seguimos con los alemanes y el suicidio al final de la Segunda Guerra Mundial. Hoy ya no se trata del pueblo alemán de los 1.000 suicidios por miedo a los soviéticos. Sino sobre cómo se quitaron la vida los jefes del partido y algunos de los militares más importantes y sobre el concierto de 1945 donde los nazis repartieron cápsulas de cianuro como regalo. Ya les hablé de la rendición de Hermann Göring y cómo consiguió librarse de la horca. Y también de cómo capturaron y murió Heinrich Himmler. Ambos usaron el cianuro como método, algo relativamente popular entre los nazis, según parece.
Albert Speer, el mítico arquitecto que fue ministro de Armamento y Producción de Guerra en el nazismo, dejó escrita su visión de aquel tiempo en su autobiografía. Speer consiguió salir vivo de los juicios de Nuremberg, aunque condenado a 20 años de cárcel. Y murió en 1981, así que tuvo tiempo de escribir ese libro sobre su vida y de mucho más. Bien, pero volvamos a la guerra, a abril de 1945.
En ese momento había pocas dudas ya de que Alemania estaba condenada. Ya ni siquiera quedaba mucha carne que poner en el asador y casi cualquier era llamada a defender Berlín. Son típicas las historias de niños combatiendo. Speer cuenta que trató de proteger a los músicos de la Filarmónica de Berlín evitando que los enviaran a combatir. Para ello, pidió algún favor con el fin de que los documentos de reclutamiento de ese grupo de hombres fueran extraviados a propósito. Precisamente con esa orquesta organizó un concierto el 12 de abril de 1945, en Berlín.
El concierto de 1945 donde los nazis repartieron cápsulas de cianuro como regalo, parece una muestra de que preferían la muerte a la derrota
Según la magnífica edición en español de la editorial Acantilado: “En la sala de la Filarmónica, sin calefacción, sentados en sillas traídas de casa y con el abrigo puesto, se habían reunido todos los habitantes de la ciudad amenazada que se enteraron de aquel último concierto. Los berlineses debieron de llevarse una sorpresa, ya que aquel día, por orden mía, se suprimió el corte de corriente habitual a aquella hora, a fin de que pudiera iluminarse la sala. Para la primera parte había elegido la última aria de Brunilda y el final de El crepúsculo de los dioses; un gesto patético y melancólico a la vez ante el fin del Reich. Después del Concierto para violín de Beethoven, la Sinfonía de Brückner, con su último movimiento de corte arquitectónico […]”
Al salir de aquel concierto, miembros de las Juventudes Hitlerianas repartieron cápsulas de cianuro a los asistentes. Casi como regalo. Lo hicieron pasando con cestas de mimbre llenas de esas pastillas para el suicidio. Así lo contó la secretaria de Speer precisamente, Annemarie Kempf.
Ese mismo día 12 de abril de 1945 murió Roosevelt, el presidente de Estados Unidos. Curiosa coincidencia. Y siguiendo con el texto de Speer, parece que aquella noticia llevó un chispazo de optimismo al Tercer Reich. El propio Hitler pensaba que el golpe de suerte que necesitaban había llegado con la muerte de Roosevelt y que supondría un cambio en la guerra. Obviamente, se equivocaba.