Stalin y cómo funciona una autocracia

Stalin y cómo funciona una autocracia

Estoy leyendo en estos días el libro Hitler y Stalin, de Laurence Rees, publicado hace unos días en España. Ya les hablaré de él con más detalle en breve, porque merece mucho la pena. Exhaustivo y muy documentado, se centra en cómo actuaron los dos dictadores durante la Segunda Guerra Mundial. Cómo actuaron y cómo decidieron. Y he leído un pasaje en el libro de Rees que me ha recordado a cómo hace poco Putin hacía farfullar a su director de inteligencia. Es un hecho que ilustra a Stalin y cómo funciona una autocracia.

El gobierno de Stalin y cómo funciona una autocracia se resumen en una directriz sencilla, decir lo que quiere escuchar el jefe

Está abierta desde hace un mes la guerra de Ucrania, y a veces pienso cómo es posible que alguien tome una decisión que afecte a tantas personas y de manera tan brutal. Porque al final es una persona la que toma la decisión final. En este caso sería Putin la última cabeza que pone sobre la mesa la decisión final de dar un paso así de extremo, y la firma. ¿Nadie se enfrenta con él? ¿Nadie sirve de contrapeso en su gobierno? Supongo que no, que en las autocracias las cosas son de un modo y sólo de uno. La visión única del líder.

Y es ahí donde me ha llamado la atención lo que Rees cuenta, una situación que muestra cómo deben ser las cosas en general en las autocracias (intuyo). En 1941, cuando la invasión alemana de Rusia parecía imparable, se pensó que Stalin tenía que dejar Moscú, para protegerlo. Stalin y todo el gobierno soviético. Si Stalin moría sería una tragedia para su pueblo, pero verlo huir tampoco era un plato de gusto. No eran pocos los que abogaban por que Stalin se pusiera a salvo. Entre ellos, Lavrenti Beria, que en aquel momento era el jefe de la policía y del servicio secreto, el NKVD. Un hombre muy poderoso, como vemos. En la foto podemos verlo con Svetlana Alilúyeva, hija de Stalin, en las rodillas.

Antes de una reunión con Stalin el 19 de octubre de 1941, Beria y otros líderes soviéticos esperaban a ser recibidos. Durante la espera, Beria trató de convencer al resto de que debían salir de Moscú, que era lo más adecuado para todos ellos y también para Stalin. Retroceder para coger impulso, podríamos decir, era lo que proponía. Gueorgui Malenkov, hombre cercano a Stalin y su sucesor a la cabeza de la URSS cuando murió, estaba de acuerdo con Beria. Viacheslav Mólotov, el ministro de Asuntos Exteriores, que también estaba allí esperando, discrepaba, es decir, quería que se quedaran en Moscú.

Los hombres más poderosos del régimen soviético no exponían su opinión y tenían miedo a hablar ante Stalin

Estaban aún discutiendo cuando los hicieron pasar para celebrar la reunión con Stalin. Sin mucho preámbulo, el líder máximo soviético, fumando en pipa, les preguntó directamente: ¿vamos a defender Moscú?

Ninguno se atrevió a responder abiertamente, a ser el primero en compartir su opinión. Supongo que porque no sabían con certeza qué quería escuchar Stalin. Este esperó un momento y preguntó de nuevo. Siguió el silencio en la reunión y entonces Stalin dijo: os preguntaré uno por uno. Ya no había escapatoria.

Mólotov fue el primero en responder: defenderemos Moscú. Stalin debió recibir con buena cara la respuesta y esto hizo que Beria y Malenkov dijeran también, defenderemos Moscú. En contra de su propio criterio y aun cuando Beria había tratado de convencer al resto justo de lo contrario. En resumen, ninguno tuvo el valor de decir algo que no le gustara a su jefe. Por otra parte, esto no es de extrañar viendo cómo se las gastaba el amigo Iósif. Recuerden el hotel soviético que se hizo con dos fachadas para no preguntar a Stalin cuál le gustaba.

Supongo que así funcionan muchas veces las cosas, en las grandes cuestiones geopolíticas y en las pequeñas cuestiones de nuestro día a día. Decimos lo que otros quieren oír, no lo que pensamos de verdad.

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