A veces me asombro de algunos detalles históricos que han llegado hasta nuestros días. Me asombro de saber lo que comió alguien hace 40 siglos o de la dolencia de un personaje de segunda que vivió hace 20. Leyendo el magnífico El infinito en un junco, de Irene Vallejo, descubrí recientemente que el último escrito jeroglífico conocido data del siglo IV. Al menos, eso sí, el último del que se tiene constancia a día de hoy, porque ahí también uno se encuentra sorpresas y el que hoy es último es mañana penúltimo.
Y no sólo se sabe cuál fue la última inscripción, sino que también se conoce el nombre del escriba que la realizó. Ya era un Egipto muy lejano del que nosotros solemos asociar con la escritura jeroglífica, del Egipto clásico de los grandes faraones. Hablamos del año 394, ya después de Cristo.
Aunque Teodosio había mandado cerrar los templos egipcios en el año 380, el templo de Isis en Filas, en el sur de Egipto, seguía estando abierto. El cristianismo era la religión del Estado y los cultos paganos estaban perseguidos. A pesar de ello ese pequeño espacio para las creencias antiguas egipcias seguía recibiendo visitas y allí quedaban aún algunos sacerdotes. Quedaba aún allí conocimiento sobre liturgias antiguas y sobre formas de escritura ya abandonadas. Los sacerdotes eran los últimos de su clase, de algún modo.
Entre aquellos sacerdotes todavía se conservaba el conocimiento de la escritura basada en jeroglíficos. Y el 24 de agosto del año 394, hasta ahí llega el detalle que conocemos, se realizó la última inscripción jeroglífica. La hizo un escriba llamado Nesmet-Ajom sobre las paredes de ese templo de Filas, y tiene una parte en inscripción jeroglífica y otra en demótica. Por cierto, también he visto el nombre del escriba escrito como Esmet-Akhom o como Nestmetajom.
El texto de la inscripción jeroglífica dice:
Ante el dios Mandulis, hijo de Horus, de parte de Nesmet-Ajom, hijo de Nesmet, segundo sacerdote de Isis, para que viva para siempre eternamente. Palabras dichas por Mandulis, señor del Abatón, el Dios grande.
La parte de la inscripción, que además iba acompañada por una figura, nos da más detalles y nos permite datarla.
No está mal que en esa última escritura jeroglífica aparezcan las palabras para siempre eternamente. Me recuerda El último mensaje alemán capturado por Bletchley Park en la Segunda Guerra Mundial.
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