Negociar nunca es fácil. Si no, que se lo digan a los políticos que están en estos días buscando un acuerdo para cerrar un gobierno en España. Además, cuando las premisas son algo así como: negociar sí, pero yo quiero todo lo mío; mal van las cosas. Esto es lo que ocurrió allá por finales del siglo XII, durante las negociaciones de Saladino y Ricardo Corazón de León, cuando intercambiaron cartas sobre el posible fin de la guerra.
Ricardo Corazón de León, Ricardo I de Inglaterra, que fue rey aunque sólo estuvo en el país que reinaba en dos ocasiones, combatió en la Tercera Cruzada. En 1187, Saladino había derrotado a los cristianos y conquistado Jerusalén. Este hecho fue uno de los motivos principales para que se organizara la Tercera Cruzada. Con la Ciudad Santa en poder musulmán pero con un ejército cristiano sobre el terreno, las negociaciones buscando la paz eran beneficiosas para ambos bandos.
Trataban de negociar, pero la disputa por Jerusalén era insalvable
El problema estaba en que ninguno quería renunciar a determinadas cuestiones, que chocaban justo con las del otro. Como veremos en los mensajes que intercambiaron, Jerusalén era un punto clave en las negociaciones. Es curioso que hoy, más de ocho siglos y cuarto después, Jerusalén siga siendo el foco de conflictos y negociaciones similares.
Estas dos cartas, de Ricardo I a Saladino, y la contestación, son una muestra clara de la complejidad de las negociaciones y de los problemas para encontrar un lugar común en los intereses donde encontrarse. A finales de 1191 Ricardo Corazón de León le enviaba este mensaje a Saladino:
Las negociaciones de Saladino y Ricardo Corazón de León en dos cartas
Han muerto hombres nuestros y vuestros; el país está asolado; la situación se ha escapado por completo al control de nadie. ¿No creéis que sea ya suficiente? En lo que a nosotros respecta, solo hay tres motivos de discordia: Jerusalén, es nuestro lugar de devoción y nunca renunciaremos a él, aunque tengamos que lugar hasta el último hombre. Sobre el territorio, tan solo queremos que se nos cedan las tierras situadas al oeste del Jordán. Y en cuanto a la Cruz, que para vos es tan solo un trozo de madera, mientas que para nosotros tiene un valor inestimable: que el sultán nos la dé y pongamos fin a esta batalla agotadora.
Saladino tenía una posición más dura y ciertas ventajas claras
La respuesta de Saladino no tardó en llegar y, desde mi punto de vista, pone de manifiesto la capacidad de Saladino para la guerra y la política, y no sólo por su desempeño en el campo de batalla:
Jerusalén es tan sacra para nosotros como para vosotros, y más aún, puesto que es la escena del viaje de nuestro Profeta y el lugar donde nuestro pueblo debe reunirse en el Último Día. No penséis que no retiraremos ni que podemos ceder en esta materia. En cuanto a la tierra, para empezar era nuestra y vosotros la invadisteis. No [la habríais tomado] de no haber sido por la debilidad de los musulmanes que entonces la tenían; pero mientras dure esta guerra, no permita Dios que pongáis ni una piedra en ella. Y sobre la Cruz: disponer de ella nos representa una ventaja y no la entregaremos salvo que con ello el islam se beneficie de algún modo.
Algo menos de un año después de estos mensajes, en septiembre de 1192, los cruzados firmaban un tratado que dejaba Jerusalén en manos musulmanas, aunque se les permitiría a los cristianos visitarla. Detrás de la Tercera Cruzada vendría, no obstante, una cuarta, por motivos similares a los de la anterior.
Estos mensajes, por cierto, están en el libro Escrito en la historia, de Simon Sebag Montefiore, que era uno de los que les recomendaba hace unos días. Son una maravilla estas recuperaciones de textos y testimonios desde el momento de la historia en que ocurrieron, en primera persona. En esta línea les recomiendo también este Reportajes de la Historia: Relatos de testigos directos sobre hechos ocurridos en 26 siglos, de Martín de Riquer y Borja de Riquer, que es un regalo perfecto para hacer en estos días a cualquier aficionado a la historia, o para hacerse uno a si mismo. Porque sí.