Hace unos días escuchaba o leía en algún sitio que cada vez dormimos menos, o dormimos peor, o las dos cosas. Se comentaba que quizás las pantallas del teléfono móvil y de las tabletas eran el problema, porque nos dormimos mirándolas y eso afecta a nuestro cerebro. Muchos quizás tengan el teléfono al lado mientras duermen, porque lo usan como despertador. Y en ese momento, cuando leía o escuchaba esta noticia, pensé en cómo se despertaba la gente hace décadas, cuando no había despertadores eléctricos, los relojes eran un lujo y, por supuesto, los teléfonos móviles no eran ni una idea en la cabeza de un visionario.
En la Inglaterra de los primeros años del siglo pasado, existía un trabajo cuyo cometido era ir por las calles despertando a la gente. Pero no iban tocando una trompeta o dando voces, porque eso hubiera despertado a todo el mundo y seguro que más de uno se hubiera levantado de mal humor. Los despertadores humanos despertaban a personas concretas, en su casa, y de modo efectivo. Se les conocía en su país como knocker-up, y la palabra knocker ya nos da una pista de cómo actuaban.
Knocker se puede traducir como aldaba, ya saben, ese instrumento, habitualmente de metal, que se cuelga en la puerta por fuera y que permite al que llega golpear la puerta, llamar a la puerta. Así despertaban los profesionales a la gente, de puerta en puerta, llamando. Pero esto no es lo mejor, lo más ocurrente está en la forma en la que despertaban a la gente que vivía en los pisos por encima del que está a pie de calle. En estos casos, los despertadores humanos usaban una vara larga para tocar en la ventana de la casa y así hacer su función.
Eran especialmente útiles y comunes en ciudades donde la industria, la minería o los puertos, como es el caso de Londres, obligaba al trabajo por turnos y con horario estricto. Como cualquier trabajo, por este también se cobraba, y las tarifas variaban en función de cuánto tuviera que andar el despertador hasta la casa del cliente y también de la hora. Antes de las cuatro de la mañana era la franja más cara, entre las cuatro y las seis se aplicaba la media y a partir de las seis el precio era el más bajo. Como lo mejor era tener muchos clientes en un radio de distancia corto, no era extraño que unos knockers y otros se intercambiaran clientes, para optimizar así su día a día y lo que tenían que caminar entre una casa y otra. No hay que olvidar que ellos más que nadie tenían un horario que cumplir.
Había un buen número de personas dedicadas a este oficio y, como es lógico, alguna de ellas tenía su propia técnica. Uno de las más curiosas es la que usaba Mary Smith, una despertadora de Londres. La señora Smith usaba una cerbatana para lanzar guisantes duros contra las ventanas de aquellos que tenía que levantar de la cama. No debe ser cosa fácil acertar en la ventana de un primer piso con una cerbatana y un guisante, y además hacerlo con la fuerza suficiente como para despertar a una persona. Por tanto, desde aquí mi reconocimiento a la señora Mary Smith y a su hija, que continuó con el negocio familiar.
Algunos policías ejercían de despertadores humanos mientras hacían sus rondas nocturnas. Era una forma de redondear el sueldo. Sin ir más lejos, el primer policía que fue avisado cuando se descubrió la primera víctima de Jack El Destripador, estaba en aquel justo momento despertando gente. Y por lo que parece, siguió con ello sin hacer mucho caso a lo que le decían sobre una mujer muerta.
Cuando fueron llegando los relojes despertadores que conocemos, este oficio se perdió, como era de esperar. De todas formas, hasta la década de 1970 se mantuvo alguno en activo.
Fuente: Lancashire Mining Museum
Interesante.