Cada vez parece que están más de moda los terraplanistas, término que no existe en la RAE, esos tipos que aseguran que la Tierra es plana y que todo lo que afirma lo contrario es alguna conspiración extraña. La ciencia es clara al respecto, así como un montón de pruebas, y eso lo tenemos claro hoy. Pero hubo un hombre de ciencia, hace algo más de un siglo, eso sí, que perdió una importante cantidad de dinero a raíz de una apuesta en la que él iba contra la idea de que la Tierra es plana.
El tipo en cuestión fue Alfred Russel Wallace, un galés nacido en 1823 y cuyos intereses científicos giraban en torno a las ciencias naturales en su visión más amplia. Es conocido por haber elaborado una teoría de la selección natural, como la de Darwin, de manera paralela e independiente a este. Fue un gran hombre, aunque con algo de mala suerte. En 1848 viajó a Sudamérica para capturar insectos y otros animales y llevarlos hasta Europa, para investigar, pero principalmente para venderlos a coleccionistas. Cuatro años después, Wallace subió al barco que lo llevaba de vuelta a casa junto con toda su colección de insectos y bichos de todo tipo. Un botín glorioso para vender a los coleccionistas ingleses. A las pocas semanas de zarpar, el barco se incendió y tuvieron que echarse a los botes y dejar el barco. Con la nave, al fondo del mar, se fue toda la colección. Tras 10 días a la deriva, otro barco los rescató.
Unos años más tarde, y no podemos decir que fueran años sin importancia para Wallace ya que trabajó duro y se ganó cierto prestigio, se cruzó en su vida un tipo llamado John Hampden. Este Hampden era un terraplanista convencido y ofrecía una recompensa a aquel que probara que la Tierra era redonda demostrando que un lago, un canal o algo similar, una gran superficie de agua, era convexa. Es decir, que la superficie de agua estuviera curvada hacia arriba. Hampden ofrecía unas 500 libras, de 1870, lo que vendrían a ser hoy unos 66.000 euros, según he calculado en http://www.in2013dollars.com/, y en contrapartida pedía que el que aceptara la apuesta pagara la misma cantidad si no era capaz de hacer tal demostración.
Wallace diseñó un experimento sobre un canal de más de 9 kilómetros y medio de largo, en el que había tres puentes. Colocó colgando de cada uno de los puentes un marcador que quedaba exactamente a la misma distancia del agua del canal. Cada puente distaba casi 5 kilómetros de los otros y por lo tanto debería haber cierta variación en el nivel del agua. Al mirar desde un extremo la alineación de las marcas sobre el agua, usando un telescopio, se vería que las marcas estaban a distinta altura, no estaban alineadas al mirar, y como estaban a la misma distancia del agua cada una de ellas, no quedaba más conclusión que el canal era convexo, justo lo que Wallace quería y justo lo que Hampden temía.
Al mirar por el telescopia, efectivamente las marcas no estaban alineadas, ganaba Wallace. Eso decía además el testigo o árbitro que él había llevado. Por su parte, el testigo de Hampden aseguraba que todo era un efecto óptico y que aquello no probaba nada, es más, que aquel experimento demostraba que la Tierra era plana.
Comenzó allí una disputa que se alargó lo suficiente en el tiempo como para que el barro de la disputa sin sentido manchara la reputación de Wallace. Suficiente también como para que las 500 libras iniciales que ganó por aquella apuesta no fueran suficientes para pagar todos los gastos de juicios y litigios en los que se vio envuelto contra los terraplanistas a cuenta de aquel experimento.
Wallace ganó la apuesta, sí, pero acabó perdiendo mucho más dinero, mucho tiempo y parte de su reputación como consecuencia de aquel experimento y aquella apuesta. Como decía, no era un hombre con suerte este Alfred Russel Wallace.