Dmitri Ivánovich Mendeléyev es uno de esos nombres conocidos por todos por su contribución a la ciencia. Hay un puñado de científicos cuyo nombre se estudia en educación primaria y secundaria, y aunque con toda seguridad deberían ser más, estar en esa lista ya indica que uno ha contribuido al avance del hombre. Mendeléyev se ganó su fama gracias a su propuesta con respecto a la tabla periódica de los elementos, y de esa fama obtuvo a su vez varias contrapartidas, entre otras, el poder casarse y convivir con una mujer.
Nacido en 1834 en Rusia, este químico fue capaz de aplicar la lógica a la ciencia, determinando cómo debía ser algo incluso antes de que se supiera como cierto. En su época, ya se conocía que los elementos químicos compartían ciertas características y se especulaba con la posibilidad de ordenarlos y clasificarlos en base a dichas características. En 1864, el inglés John Newlands determinó que, si se colocaban los elementos según su peso atómico, el resultado mostraba una secuencia donde se repetían características similares a intervalos regulares. Dicho de otro modo, había cierta periodicidad. Este trabajo era conocido por Mendeléyev, pero no acababa de estar de acuerdo con la posición de algunos elementos, algo forzada, según su punto de vista.
Según parece, el químico no paraba de darle vueltas a la forma de clasificar los elementos. Con todo su tiempo puesto sobre este problema, se acercaba el momento de emprender un viaje y Mendeléyev tenía la sensación que de si no resolvía el problema en aquel momento, antes del viaje, perdería el hilo que lo mantenía centrado y no sería capaz de encontrar la solución nunca. Por esto, sus jornadas de trabajo se extendían cada vez más y robaba todo el tiempo posible al sueño. Al final, como siempre ocurre, el sueño venció y Mendeléyev cayó rendido. Durante el sueño, comprendió qué tenía que hacer, cuál era la forma de afrontar el problema.
No sé si alguna vez les ha ocurrido algo similar a ustedes. A mí me ha pasado, aunque no con el sueño. Me ha ocurrido especialmente en algunos momentos mientras programaba software. Después de perder horas contra un problema, bastaba un rato cambiando de ámbito, tomando un café o salir a hacer deporte, para volver y ver la solución al momento.
Esa visión que tuvo Mendeléyev durante el sueño resultó en un esquema de filas donde los elementos se colocaban según su peso atómico y según sus características químicas. Esta organización la plasmó en un texto titulado Relación entre las propiedades de los elementos y el peso atómico. Su tabla periódica recolocó algunos elementos, indicando varios errores en los conocimientos que había hasta el momento. Cuando se demostró que Mendeléyev estaba en lo cierto y que lo que sabía de algunos elementos era erróneo, su prestigio quedó reconocido.
En su tabla, además, quedaban algunos huecos sin rellenar, lo que indicaba que aún quedaban elementos por descubrir, ya que su sitio en la clasificación de la tabla periódica sí existía. El galio, el escandio y el germanio encajaron en los huecos que la clasificación de Mendeléyev había dejado vacíos. Una muestra más del acierto de la teoría del químico ruso, cuya lógica de organización se había mostrado como la más acertada.
En 1862 Mendeléyev se había casado, obligado, y había tenido tres hijos con su primera mujer. Pero en 1876 se enamoró de Anna Ivánovna Popova, una mujer 26 años menor que él. Su mujer no quiso concederle el divorcio y esto llevó a Mendeléyev a la tristeza en un primer momento, aunque al final decidió seguir adelante con su amor y dejar de lado a su primera mujer. Se le acusó entonces de bigamia, pero el mismo zar ruso salió en su defensa diciendo que “Mendeléyev tiene dos esposas, pero Rusia sólo tiene un Mendeléyev”. Se cerró así la disputa y acabó por conseguir el divorcio.
En aquel segundo matrimonio fue feliz el ruso y tuvo otros cuatro hijos. La ciencia, como vemos, no sólo le dio satisfacciones como profesional y le llevó a la historia, sino que incluso le permitió disfrutar de la vida en común con su segunda esposa.
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