(Detalle de una pintura de 1666 del Gran Incendio de Londres) |
Bien podría ser esta curistoria una de esas historias que se cuentan en los libros de autoayuda y que explican al lector como una gran tragedia puede convertirse en algo positivo. No estoy muy convencido de esta teoría, todo sea dicho, porque a menudo una tragedia no es más que eso, una tragedia. Por otra parte, la historia de la que les hablo, el incendio de Londres de 1666, da para muchas historias.
Para comenzar, Londres estaba en 1665 pasando un mal año. Como dijera Isabel II de 1992, aquel 1665 fue un annus horribilis, y no sólo para la monarquía, caso del 1992, sino para todo el pueblo. La peste arrasaba Londres, llevándose miles de vidas, como antes había hecho en Milán o Sevilla. La ciudad española perdió una cuarta parte de su población a mediados de aquel siglo XVII. Londres se había convertido en un lugar terrible, con muertes y más muertes, haciendo además que los vivos huyeran de sí mismos y desconfiaran los unos de los otros.
El 2 de septiembre de 1666 alguien al servicio de un panadero llamado Thomas Farriner, encendió un fuego en el negocio, como era habitual. De hecho, también era habitual que el uso del fuego en las casas y negocios, para generar luz y calor, derivara en algún incendio. Aquello fue lo que pasó en la panadería de Farriner, en la calle Pudding Lane. Tanto es así, que en un primer momento nadie se alarmó por las llamas. No se alarmó, lógicamente, más de lo habitual.
El mismo alcalde, cuando fue avisado, se volvió a la cama sin mayores preocupaciones. Incluso se dice que aseguró que una dama “podría apagarlo meando”. Pero el incendio alcanzó dimensiones de mal bíblico. Las casas de madera, el calor del verano, la sequía, un viento traicionero y cambiante… todo ello se conjugó para que en tres días una enorme cantidad de casas fuera arrasada. Cien mil personas se quedaron sin hogar. Y kilómetros cuadrados de la ciudad desaparecieron.
Muchos hablaron de la ira divina, uniendo la peste con el incendio, lo que son dos clásicos de los castigos de Dios. Pero si bien la peste se extinguió entonces, no está claro que tuviera algo que ver aquella extinción con la de las llamas. Por cierto, más de 80 iglesias desaparecieron entre el fuego.
Tampoco está nada claro el número de personas que perdieron la vida en la catástrofe. Muchas se consumieron hasta no dejar rastro entre los escombros y el censo de entonces no es de ayuda. Lo que sí se sabe con certeza es que la criada del panadero, que fue la que desencadenó el fuego, perdió la vida. También hay certeza sobre la muerte de un relojero y de otras tres personas que fallecieron por intentar salvar algunas de sus posesiones. Aquí tenemos una primera lección para el libro de autoayuda. Por querer rescatar del fuego algún objeto o bien material, perdieron todo. Perdieron la vida.
De la tragedia surgió un Londres mejor. No sólo porque las casas que se hicieron en los años siguientes, donde habían estado las antiguas, estuvieron mejor diseñadas y construidas, usando piedra en lugar de madera. Sino porque se crearon nuevas normas municipales para poder plantarle cara a las llamas cuando estas se presentaran. Algunos edificios, como la propia catedral de San Pablo, se mejoraron. Y aparecieron seguros contra incendios.
En resumen, Londres fue mejor después del trance. He ahí la historia que podría usarse en libros o charlas de autoayuda. Hay otra lección que se extrae del caso, no tan edificante, pero por no alargarme más en esta entrada lo dejo para la siguiente.
Fuente: BBC