(Luchando contra el fuego en el siglo XVII) |
En la entrada de hace unos días sobre el incendio de Londres y sobre cómo de algo malo en ocasiones se presenta la oportunidad de mejorar, ya les decía que me dejaba un detalle en el tintero. Recordarán que les contaba cómo el fuego que arrasó la ciudad comenzó en la panadería de un hombre llamado Thomas Farriner, y que fue su criada la que lo provocó, de manera accidental, seguramente. Aquella chica, o señora, perdió la vida, pero no fue la única.
Farrier, el panadero, negó haber tenido nada que ver con el fuego, más allá de haber sufrido las consecuencias, como otros centenares de miles de londinenses. No obstante, una tragedia así no podía quedar sin aclarar y es mucho más sencillo aceptar este tipo de accidentes y males cuando se encuentra un culpable. Es más fácil para la mente tener una explicación y una cabeza de turco, que tener que reconocer que en ocasiones el azar o la mala suerte pueden darle la vuelta la vida. O ponerle punto final.
Los ingleses buscaron un culpable, y las culpas recayeron sobre un relojero francés llamado Robert Hubert. Reparen en lo de francés. Hubert, que tenía entonces 26 años y estaba de paso, viajaba desde Suecia a Francia a bordo de un barco que fue interceptado por la marina inglesa y conducido a Londres el 31 de agosto de aquel 1666. Según parece, no estaba muy en sus cabales y confesó que había tirado una bola de fuego por la ventana de una casa de la calle Pudding Lane. La calle, como recordarán, donde Farriner tenía su panadería. Cambió la confesión una vez que se supo dónde había comenzado el fuego, ya que antes el propio Hubert se había autoinculpado pero colocándose en otro lugar de la ciudad.
Junto con el testimonio de algún testigo, seguro que muy dispuesto a culpar a un francés por todo aquello, se encontraron pruebas suficientes para declarar a Hubert culpable y mandarlo a la horca. El 27 de octubre de 1666, fue ejecutado por provocar el gran incendio de Londres. El verdugo se llevó sus 11 libras por el trabajo y se puso punto, y seguido, al asunto.
Más de 15 años después, en 1681, el capitán del barco interceptado que había llevado a Hubert hasta Londres, confesó que si bien había llegado dos días antes del incendio al puerto, Hubert no bajó a tierra hasta después de que las llamas ya hubieran comenzado a brillar por la ciudad. Al final parecía que el pobre infeliz perdió la vida por nada.
Si están pensando que el capitán Peterson tardó mucho tiempo, nada más y nada menos que 15 años, en solucionar algo, esperen a leer el final de la historia. Más de 3 siglos después del incendio, en 1986, los panaderos de Londres, a través de la Worshipful Company of Bakers, pidieron disculpas por la culpa de uno de los suyos. Reconocieron el papel de la panadería de Farriner, a la sazón panadero del rey, como foco inicial del fuego y, por fin, se exculpó a Hubert.