(Yelmo medieval) |
Guillermo el Mariscal, conocido en inglés como William Marshal y en francés como Guillaume le Maréchal, fue un personaje muy importante en la Edad Media. Nacido a mediados del siglo XII, este anglonormando sirvió a cuatro reyes de Inglaterra. Les hablo hoy de él por una anécdota que demuestra la importancia de protegerse la cabeza. Recuerden aquella entrada con el soldado vivo mostrando alegre su casco agujereado.
Los cascos en la Edad Media evolucionaron de una sencilla protección del cráneo, que dejaba la cara y el cuello al descubierto, a piezas con doble visera, con protección para la nuca o diseños exclusivos para los torneos. Estos últimos, por ejemplo, los cascos de torneo, acabaron teniendo dos planos que se juntaban verticalmente a lo largo de la cara, como en la imagen superior, de tal forma que la lanza del contrario, si golpeaba la cabeza, resbalaría hacia un lado o hacia otro de la cabeza. Estos planos de expulsión, por llamarlos de algún modo, eran una bendición para los caballeros.
(Casco de boca de rana) |
Por otra parte, los cascos conocidos como de boca de rana, por su forma, tenían una ranura transversal que permitía la visión a la vez que el casco era una única pieza sólida, unida por remaches, sin partes móviles y por lo tanto más débiles, como podría ser una visera. Además, eran sencillos de construir. Esta pequeña ranura y la forma del casco hacían que en los torneos el caballero inclinara la cabeza hacia delante, acercando la barbilla al pecho, lo que le permitía ver por la estrecha rendija al contrincante y preparar el golpe mientras se acercaba al galope. Justo antes del choque el caballero levantaba la cabeza, perdiendo la visión, pero protegiendo sus ojos, ya que la forma del casco hacía que ni la lanza ni alguna astilla perdida penetrara por la ranura o se pudiera quedar trabada en ella. La parte inferior del casco, por debajo de la ranura, sobresalía más que la parte superior, por lo que de nuevo la propia geometría del casco salvaba vidas.
Volviendo a la anécdota de Guillermo el Mariscal, en una ocasión se vio obligado a asistir al herrero y poner su cabeza sobre el yunque, para que este le pudiera extraer el yelmo de la cabeza usando martillos, tenazas, pinzas y todas las herramientas propias de un herrero. Tantos golpes había recibido en la cabeza, que el casco se había abollado y deformado de tal modo que Guillermo no podía extraérselo. Eso sí, a cambio de aquella incomodidad se vio a salvo de las graves heridas que hubiera sufrido de no disponer de aquella protección.
Para acabar dos cosas. Estas cuestiones sobre cascos, sus porqués y su evolución, y otras muchas más cosas, pueden leerlas en mi último libro: Breve historia de la caballería medieval. Y la segunda cosa es que no olviden el casco, en moto o en la guerra.