(Alan Turing) |
Si tuviera que hacer una lista con los cinco o diez personajes históricos que más admiro, sin duda alguna colocaría en ella a Alan Turing. Sin duda es uno de los hombres más importantes del siglo XX, por su aportación al mundo de la computación, que ha revolucionado nuestras vidas en las últimas décadas, y por su participación en la Segunda Guerra Mundial como uno de los criptógrafos más importantes de Bletchley Park, donde rompieron la máquina de cifrar Enigma que usaban los alemanes, colaborando de manera crucial a que los aliados ganaran la guerra y esta se acortara.
Turing, cumpliendo con el estereotipo de genio matemático y científico, era un poco extravagante, como veremos a continuación. En el verano de 1940 decidió unirse a la Home Guard británica, es decir, al cuerpo de civiles que se preparaban para defender Inglaterra en caso de que la invasión nazi de su país se llevara a cabo. Turing aprendió a disparar con precisión y se apuntó en las listas de la Home Guard. Una de las preguntas del formulario de ingreso era la siguiente: ¿Entiende usted que al enrolarse en los voluntarios de la defensa local de su majestad se halla usted sujeto a la jurisdicción militar?.
Según parece, Turing se paró un momento a pensar y escribió: No. Pensaba que no había ninguna posibilidad de que una respuesta afirmativa a aquella pregunta le fuera a traer algo bueno. En cualquier caso, eran tiempos de guerra y el trabajo se acumulaba, así que nadie revisó con detenimiento el formulario y fue tramitado el alistamiento, pasando nuestro protagonista a formar parte de la Home Guard.
Una vez que Turing consideró que su manejo del fusil era suficientemente bueno, y era muy bueno en realidad, dejó de pensar en la Home Guard. Así, dejó de asistir a las reuniones y desfiles a los que era convocado, lo que llevó al enojo de su responsable y tras varias llamadas al orden sin resultado, acabó siendo convocado a un consejo de guerra. Al fin y al cabo estaba dentro de un órgano militar y no había acudido a las llamadas de su superior.
El coronel Fillingham presidió el consejo de guerra contra Turing, que se desarrolló de la siguiente manera:
-¿Es cierto, soldado raso Turing, que no ha asistido a ninguno de los últimos ocho desfiles?
-Sí, señor.
-¿Se da usted cuenta de que eso es una infracción muy grave?
-No, señor.
-Soldado raso Turing, ¿está usted intentando tomarme el pelo?
-No, señor, pero si usted mira mi solicitud de admisión a la Home Guard verá que yo no entiendo estar sujeto a la jurisdicción militar.
Entonces se buscó el formulario de ingreso de Turing, se revisó y entre los improperios del coronel Fillingham el caso se cerró sin castigo alguno al reconocer que el fallo había sido del propio sistema al admitir su ingreso a pesar de que el matemático había respondido no a aquella pregunta clave.
Fuente: Alan Turing, de Jack Copeland
Curiosísima curistoria. Como cualquier informático, conocía el impresionante trabajo de Turing, y, por supuesto, su triste final; pero jamás había escuchado esta historia.
Gracias Axil por el comentario.
Efectivamente esas máquinas de Turing las tenemos muchos ahí en el fondo de la cabeza.
Saludos.
Buena curistoria.
Gracias Majobusa :)