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Cuando James J. Andrews robó un tren

Antes de nada me gustaría sencillamente comentar que no es lo mismo «robar un tren» que «robar en un tren». Lo digo para que entiendan bien el sentido del título. Dicho esto, al tema.

En abril de 1862, la Guerra Civil Americana sirvió de marco para uno de esos hechos que parecen de película. De hecho, alguna película se ha hecho sobre el tema. Parte de estas aventuras inspiraron a Buster Keaton en su “El maquinista de La General” (así se llamaba la locomotora de nuestra historia «La General») y en 1956 se rodó “The Great Locomotive Chase”, una película producida por Disney. El hecho acontecido en realidad se conoce como La Gran Caza de la Locomotora o El Asalto de Andrews.

El general Mitchel, del ejército de la Unión, planeaba mover al sur sus tropas y sitiar Huntsville en Alabama, para después moverse al este y capturar Chattanooga, en Tennessee. Para ello, debía impedirse que Chattanooga recibiera refuerzos, labor complicada debido a la cantidad de soldados con que contaba Mitchel para aquel objetivo. El entorno natural, montañas y agua, también servían de barrera a las defensas de la ciudad. Chattanooga estaba conectada por tren con Atlanta, lo que permitía la llegada de refuerzos para defender la ciudad. Pero si esta caía, esa misma línea de tren serviría a las tropas unionistas de Mitchel para asentarse en la ciudad y aprovisionarse, además de servir de punto de conexión con otros territorios. Como vemos, un importante centro en el que el ferrocarril era clave.

Y así estaba la cosa cuando entró en juego James J. Andrews, un espía, que se propuso acabar con aquella conexión ferroviaria. Reclutó a otros 23 hombres del ejército y les explicó su plan. Vestidos como civiles, lógicamente, y en pequeños grupos, fueron llegan a Marietta, en Georgia, por separado.

En aquel tiempo, los viajes en tren incluían paradas para descansar, cargar agua, combustible o comer. En la mañana del 12 de abril, cuando un tren se paró para repostar y para que los pasajeros desayunaran, Andrews y los suyos secuestraron la locomotora y algunos vagones. Habían escogido aquel punto del viaje porque la parada en cuestión no disponía de telégrafo.

Su objetivo era avanzar con aquello hacia Chattanooga y unirse con las tropas de Mitchel. Por el camino, sabotearían las líneas férreas y quemarían puentes a su paso. También, para confundir al enemigo, enviarían mensajes de telégrafo con información falsa y cortarían las líneas de comunicación para evitar que se avisara del hecho y pudieran ser interceptados. Por cierto, William Allen Fuller, el conductor del tren robado, que se había quedado en tierra, salió en persecución de su tren y tengo que decirles que esta caza del tren y sus peripecias dan para un buen rato de película.

¿Y cómo acabó toda esta locura, este genial guión “basado en hechos reales”? Andrews evitaba parar en las estaciones, como es lógico, pero ya hemos dicho que era necesario cargar combustible y agua para que la locomotora funcionara. Así, cerca de Ringgold, en Georgia, el tren dejó de andar, tan solo a unas millas de Chattanooga. Los raptores dejaron el tren abandonado, sin cumplir su objetivo, y finalmente fueron capturados por su enemigo.

Andrews acabó condenado, con una soga al cuello el 7 de junio, en Atlanta. No fue el único que acabó muerto de este modo. Triste final para una trepidante aventura.

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