
El reciclaje de materiales ha estado presente desde siempre en la vida del hombre. A veces han casi desaparecido ciudades enteras al ser utilizadas como fuente de materia prima para nuevas construcciones. Visto con los ojos actuales, nos lamentamos por todo lo que perdimos arqueológicamente hablando, pero podemos comprender la lógica de las acciones de los hombres de otro tiempo. Pero no siempre se ha ido a peor al reutilizar materiales. Por ejemplo, Benvenuto Cellini usó su vajilla para fundir el Perseo.
Cellini usó su vajilla para fundir el Perseo y unos cañones marroquíes fueron convertidos en los leones del Congreso
Hace ya un tiempo que les hablé de cómo Benvenuto Cellini había incluido de manera magistral su autorretrato en el Perseo con la cabeza de Medusa. Esta es una de las esculturas más conocidas de la historia, y se puede ver en la Plaza de la Señora de Florencia. El Perseo está hecho de bronce, que es aleación de cobre y estaño, principalmente.
Según cuenta Cellini en su autobiografía, en el proceso de fundición de la obra hubo un momento en que el proceso se complicó y el horno se enfrió, echando casi a perder la fundición. Cellini avivó las llamas y echó su vajilla de estaño a la mezcla, que estaba en plena fusión, para mejorarla. Así, dentro de esa escultura de mediados del siglo XVI hay una vajilla. Por muy buena que fuera aquella vajilla, es casi seguro que esa magnífica escultura mejoró lo que podía hacer con aquel estaño.
Los leones del Congreso español, que están a los lados de la escalinata de acceso, son todo un símbolo del Estado y otro caso de reutilización. Los primeros leones fueron de yeso, obra de Ponciano Ponzano. El resultado no era satisfactorio y fueron esculpidos en piedra, por José Bellver. Los actuales, ya de metal, fueron fundidos a partir de cañones capturados por España a Marruecos en la Guerra de África. El trabajo lo llevó a cabo José Ramírez de Arellano, aunque siempre trabajando sobre la idea original de Ponzano, y lo concluyó en 1872.
El Coloso de Rodas, una de las siete maravillas, acabo siendo vendido al peso tras nueve siglos derruido
Hay casos en los que se perdió algo glorioso por la reutilización de materiales. En ese ámbito podemos hablar de una de las siete maravillas del mundo antiguo: el Coloso de Rodas. Era una estatua de bronce de más de 32 metros de altura, esto es, algo así como un edificio de 10 pisos. Estuvo de pie entre el 280 a.C. y el 226 a.C., cuando un terremoto la derrumbó. Allí quedaron los restos del coloso durante casi nueve siglos, hasta que en el año 654 los musulmanes conquistaron Rodas.
Es complicado saber cuánto del coloso quedaba allí, sobre el terreno, nueve siglos después, porque al fin y al cabo era metal disponible. Es lógico suponer que al principio se respetarían los restos, entre otras cosas porque se pensaba que los propios dioses la habían derribado. Pero también parece probable que el paso de los siglos hiciera que en mayor o menor medida se fueran esquilmando las ruinas del coloso.
En cualquier caso, lo que quedaba no tenía más valor para los invasores musulmanes que el puro material, y vendieron el bronce del Coloso de Rodas al peso, podríamos decir. Fue un judío de Edesa el que se hizo con los restos, fuera mucho o poco lo que quedaba.

La estatua ecuestre de Marco Aurelio se salvó porque los cristianos lo tomaron por Constantino
Como decía, si para los rodios los restos del gran coloso de la antigüedad podían conservar algún valor simbólico, no era así para los musulmanes. Lo mismo ocurría en la Edad Media con las estatuas y objetos de épocas anteriores, como la romana, carecían de valor simbólico. Aquellas obras paganas eran poco más que los materiales en los que estaban hechas. No era raro que se fundieran para hacer campanas, herramientas o armas, por ejemplo. Un error sobre quién era el jinete de la conocida estatua ecuestre de Marco Aurelio fue lo que la salvó de ese proceso de reciclaje.
Aunque no podemos estar seguros, se dice que esta enorme escultura de bronce de más de cuatro metros y que data de en torno al año 176 d.C., se libró del reciclaje porque se tomó a su protagonista por Constantino. Este último fue el emperador que dio libertad de culto al cristianismo y lo apoyó hasta el punto de convertirse él mismo a esta religión. Así, cuando los cristianos medievales comenzaron a reutilizar esculturas y construcciones antiguas para sus necesidades, esta obra quedó protegida porque era de Constantino. Pero, en realidad, no era así.
Más tarde se supo que en realidad era Marco Aurelio el jinete, pero ya eran otros tiempos. Hoy está en los Museos Capitolinos de Roma a salvo, de momento, de caer en las manos de alguien que piense que más vale el material del que está hecha que la propia obra, y la funda para hacer quién sabe qué.