Durante la Segunda Guerra Mundial Rumanía estuvo de parte del Eje pero cuando las tropas soviéticas avanzaron hacia el oeste por Europa, quedó atrapada bajo su influencia. Acabó convertida en un país comunista por la fuerza, más allá de los deseos de la sociedad rumana, y para ello se desplegó un sistema de represión terrible, como era de esperar. Dentro de ese agujero negro que se llevó la libertad y cualquier opinión en contra de Moscú quedó atrapado Grigore Dumitrescu, el autor de este interesante libro titulado El hombre nuevo (afiliado).
En El hombre en busca de sentido, la famosa obra de Viktor Frankl con la que este texto tiene muchos paralelismos, se dice que te pueden quitar todo menos tu actitud ante las circunstancias. Dumitrescu narra algunas situaciones en las que el límite del martirio psicológico fue tal que uno casi ni podía decidir su propia actitud. Es aterrador, por la maldad humana, lo que se cuenta en este El hombre nuevo.
El hombre nuevo, de Grigore Dumitrescu narra en primera persona su paso la prisión de Pitești, donde buscaban deshacerlo hasta lo más profundo del alma
Supongo que si estás preso y es un guardia quien te maltrata, la situación tiene un cierto encaje en tu cabeza. Cuando es un compañero, otro preso, y además no está contigo las 24 horas del día, todo es más duro. Esto es lo que ocurría en la prisión de Pitești, los que se encargan del castigo eran otros condenados que estaban junto a ti cada minuto del día y la noche. Y no sólo se encargaban del castigo, sino que decidían a quién y por qué le tocaba ser el objeto del daño.
Más allá de un prólogo que nos sitúa política e históricamente en el momento, finales de los años 40 y comienzo de los 50, el texto es un diario de lo que vivió Dumitrescu en prisión. Este preso político narra en primera persona y con detalle cómo funcionaba el sistema de reeducación y de “limpieza de la podredumbre interna” que el gobierno comunista puso en marcha. Por interna se entiende la propia mentalidad y los valores de cada uno.
El aspecto humano es fundamental. No por haberlo visto y leído en multitud de obras deja de remover el estómago la capacidad que tienen los hombres para machacar física y mentalmente a otros hombres. Es terrible.
Hablamos de decenas de hombres encerrados durante semanas en una celda, donde se sucedían las palizas diarias. Palizas que duraban horas. En la fase más extrema, cada preso tenía que hacer una autoconfesión contando toda su historia y explicando de forma culpable por qué había ido contra el pueblo. Esta ofensa al pueblo podía ser tan sólo no ser comunista o ser católico. Si el resto de presos consideraba que su historia no era del todo sincera, se desencadenaba una paliza. Juzgaban lo que uno pensaba, contara lo que contara, algo absolutamente subjetivo. Si alguien decía: creo que miente; era suficiente para lanzar el castigo. Y los verdugos no eran sino otros de entre ellos mismos. Unos robots, como los llama el autor, que debían hacer esa misma autoconfesión en breve, o la habían hecho unos días antes.
Este tipo de testimonios son necesarios para evitar el olvido
Estaba prohibido moverse en la cama. Debían mantener la misma postura durante horas, y dormir con los brazos inmóviles por fuera de la manta, para evitar suicidios. A pesar de ello, alguno encontró el camino para acabar con su propia vida. Una mirada a la cara de otro preso podía suponer un durísimo castigo. Dumitrescu se hacía la señal de la cruz con la lengua en el paladar, porque cualquier movimiento externo era vigilado. Pero no bastaba con el sufrimiento físico. Los comunistas buscaban vaciar el alma de los hombres. Esta es la idea que deja por escrito el autor en una de sus reflexiones, la destrucción del alma.
Dumitrescu salió finalmente vivo del castigo, tras pasar luego por un campo de trabajo, y dejó por escrito esta experiencia personal. Necesaria como testimonio humano e histórico.
En los últimos meses ha habido varias obras, no sólo literarias, en torno al comunismo rumano. Principalmente sobre su fin o su época más conocida, pero este testimonio de cómo empezó todo creo que es muy revelador y, además, es universal. Esto es, trata de un momento y lugar concreto, pero habla de muchos lugares y situaciones. Del pasado y, lamentablemente, del presente. Esto lo convierte en una obra valiosa. Esta editada, por cierto, por la editorial Omen y traducido por Rafael Pisot. El prólogo es de Marius Oprea.
Esa historia palidece ante los horrores contemporáneos de la cárcel del Guantánamo; ilegal y establecida en territorio extranjero usurpado. Los Estadounidenses sepultan allí a las personas por años y décadas, y los torturan de diversas formas, físicas y mentales, y les niegan hasta su religión, sin cargos, ni fórmula de juicio, sin defensa, sin contactos externos y sin información a sus familiares y si. Nadie habla de eso, porque son los gringos quienes lo hacen.