Hay una adaptación al cine de La verbena de la Paloma hecha en 1963 por José Luis Sáenz de Heredia, y protagonizada por Concha Velasco y Vicente Parra. He de reconocer que la he visto una cuantas veces y siempre la disfruto mucho. En una escena de la película, justo donde cantan aquello de que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, pasa un coche renqueante y petardeando por delante de la botica de don Hilarión. Por la época en la que se estrenó la zarzuela, no la película, un tipo recibió la primera multa por exceso de velocidad de la historia de la automoción.
La zarzuela se estrenó en 1894 y por lo tanto parece casi seguro que el añadido del coche es una licencia de la película, ya que el primero que se matriculó en Madrid es de casi una década después. Pero ya a finales del siglo XIX había coches y hubo quien se llevó una multa por correr demasiado con su automóvil.
La primera multa por exceso de velocidad de la historia se la llevó un inglés que iba a cuatro veces la velocidad máxima permitida, entre otras infracciones
Según parece, el primer hombre en recibir una sanción por exceso de velocidad se llamaba Walter Arnold. Viajaba con su vehículo por las calles de Paddock Wood, en el condado de Kent, en Inglaterra, cuando un guardia se vio obligado de llamarlo al orden y denunciarlo. Era el 28 de enero de 1896 y la verdad es que Arnold se lo buscó, a ojos del guardia. Como si fuera uno de esos jóvenes poligoneros de nuestros días, cruzó el tranquilo pueblo de Paddock Wood a una velocidad que era nada más y nada menos que cuatro veces el límite permitido.
El policía no lo tuvo fácil para hacer la denuncia, ya que tuvo que perseguir al vándalo durante unos 8 kilómetros, antes de hacerlo parar y multarlo. El policía iba en bicicleta, lo que le da un mérito especial. Se preguntarán cuál era la máxima velocidad permitida en las calles del tranquilo pueblo de Paddock Wood. El límite eran unos 3 kilómetros por hora (2 millas por hora), y el señor Arnold había pasado de los 13 kilómetros por hora (8 millas por hora). ¡Salvaje!. Además, el conductor no llevaba la escolta de banderas que era perceptiva en esos casos para moverse por zona urbana en vehículo motorizado.
Y no sólo eso. Según parece, también le multaron por conducir él solo un vehículo que no fuera tirado por animales, cuando la ley decía que al menos tenían que ir tres personas al mando. Era una ley pensada únicamente para trenes, seguramente. Pero es lo que tiene ser pionero, que la ley a veces va detrás de uno. Sea dicho “va detrás” en varias acepciones.
El velocímetro no se había inventado, así que no sé muy bien cómo calcular la velocidad a la que iba el señor Arnold
Dicho todo esto, si el multado hubiera recurrido la denuncia, probablemente habría ganado. ¿Por qué? Lo primero, porque no sabía a qué velocidad iba, ya que el velocímetro para coches no se había inventado aún. Ese elemento no llegaría a los automóviles hasta 1901. Y lo segundo, porque si no lo sabía él, ¿cómo lo iba a saber el policía que lo denunció? En cualquier caso esto no lo libró de tener que ir a que el juez lo condenara a una multa de 4,7 libras, de las cuales 10 chelines eran por el tema de la velocidad excesiva.
Walter Arnold fue uno de los primeros vendedores de automóviles de Inglaterra. En aquellos días se habló de él en los periódicos como un tipo que manejaba un carruaje sin caballos. En concreto, el vehículo de Arnold era un Benz. Un nombre que se repite cuando vamos a los primeros años de la automoción. No olviden que el primer viaje en coche lo hizo una mujer, Bertha Benz. Por entonces ya había muerto alguna persona atropellada por un coche, aunque todavía no había muertos por accidente.
Después de leer el artículo, quedé procesando algo en segundo plano, y hoy, mientras hacía ejercicio de ascenso de montaña se me ocurrió que el policía sí pudo determinar la velocidad del auto, ya que lo siguió en su bicicleta al menos 8 kilómetros. Entonces, siendo policía debía conocer las distancias de los sitios en su zona de acción, y ya para entonces, desde el siglo XV, existían los relojes de bolsillo, que a finales del siglo XIX eran fabricados en masa de manera industrial, a precios asequibles para la mayoría, y siendo un policía es hasta dable suponer que un reloj era parte de su dotación de servicio. Y claro está que si lo perseguía porque percibió el exceso de velocidad, tuvo buen cuidado de calcularla.
En cuanto al conductor, no creo que le valiera la excusa de la falta de velocímetro, ya que en el auto de marras debió ser evidente la gran diferencia entre la velocidad limite y otra cuatro veces mayor, que de seguro forzaba al máximo el vehículo. Todo es proporcional a la capacidad del vehículo, y en un coche estándar actual, sigue siendo evidente esa gran diferencia.
¡Me encanta! Es cierto que se puede ver así, pero aún así no sabe si son 6 km/h y 8 km/h. Me extraña ese detalle de exactitud, porque la diferencia, «a ojo» entre 5 km/h y 8km/h es complicada.
De todas formas, me encanta que le de usted a la cabeza mientras le da a la piernas por la montaña. Sólo por eso ya mereció la pena contar esta historia.
Un saludo.
Gracias por tu respuesta. En efecto, está comprobado que a muchos y a muchas el ejercicio aeróbico, al aumentar la oxigenación del cerebro, facilita los procesos mentales. Suelo usarlo para resolver problemas analíticos o que requieren un enfoque creativo. Incluso en mis charlas o conferencias, hablo de pie y caminado, lo que Aristóteles llamaba su método peripatético.
Y, por cierto, caminando o trotando claro que notas la diferencia entre ir a 2 km/h e ir al doble o al triple. En el coche citado, la velocidad era similar a la de una persona caminado o corriendo a velocidad moderada.
Un saludo.