Las patentes de corso eran documentos que ponían a un pirata a este lado de la ley. Ya saben que no es lo mismo un pirata, un filibustero o un bucanero que un corsario Gracias a ese documento, a la patente de corso, expedido por un país o por alguna autoridad, sus propietarios podían atacar barcos enemigos, civiles y militares, como si fueran miembros de la armada de aquel que otorgaba la patente. La posesión de ese documento convertía a un pirata en corsario. Eso sí, en gran medida hacían lo mismo que los piratas. Era un mundo lleno de trampas. Tanto es así que una falsa patente de corso que permitía cazar cerdos La Española
Los corsarios han sido cosa común durante siglos, al servicio de muchos países, en occidente y en oriente
Los documentos de patente tenían un buen número de detalles, a menudo. Indicaban qué se podía hacer, dónde estaban los límites, así como los términos de las recompensas y los acuerdos. Había un comercio de patentes y en algunos casos se entregaban sin mucho miramiento, a cualquiera. A cualquiera dispuesto a pagar. Especialmente en lugares alejados, los funcionarios locales caían en la corrupción.
También es cierto que la mayoría de los piratas y corsarios, aunque hay notables excepciones, eran analfabeto. Esto hacía que lo escrito en los documentos fuera secundario. En conclusión, no sabían qué ponía y, además, si era necesario, se olvidaban de la patente y cometían las tropelías que les parecía. Los piratas y corsarios no solían ser gente de firmes convicciones.
Esto de las patentes de corso no se limitaba a unos países concretos y existían ya en la Alta Edad Media. En términos generales se abolieron a mediados del siglo XIX, por lo que parece claro que ha sido algo muy común y extendido a lo largo de la historia. Francia, Inglaterra y España tienen su puñado de corsarios, vistos como piratas cuando son del enemigo, y como valientes cuando son de los nuestros. Sir Francis Drake fue una ayuda valiosa para Isabel I de Inglaterra, que no dudó en denominarlo como su pirata. En España, Alonso de Contreras, muy conocido porque aún hoy se siguen editando y vendiendo, sospecho que bien, sus memorias, era un corsario.
Una falsa patente de corso permitía cazar cerdos en La Española, y la otorgaba un danés sin jurisdicción alguna
Esto favoreció un caso casi cómico que recoge Peter Lehr en su libro Piratas y que está también en un texto de Philip Gosse (en inglés). El caso es el del gobernador danés de una isla antillana, que otorgaba y cobraba por patentes de corso que permitían, en teoría, atacar y saquear contra los españoles. Bien fuera contra sus barcos o contra las poblaciones costeras españolas que los corsarios se atrevieran a atacar. El documento, esa patente de corso tan original, estaba en perfecto danés. Pero tenía un aspecto oficial e importante, por lo que lo daban por bueno sus propietarios y atacaban a los españoles pensando que tenían cierta protección. El gobernador, por cierto, había sido anteriormente un pirata.
Cuando más tarde alguien se hizo con el documento alguien que conocía el danés y lo tradujo, descubrió que el mismo daba derecho al portador a cazar cabras y cerdos en la isla de La Española. Esta isla era, y no por su nombre, de propiedad española, así que el danés no tenía poder o jurisdicción alguna en ella.
Una cosa era tener una patente de corso y otra muy distinta que, si caías en poder del enemigo, éste respetara esa patente y no te colgara, como se solía hacer con los piratas.