(Manolete brindando un toro) |
Islero, el toro que corneó a Manolete, forma parte desde hace años de la cultura popular. Tanto es así, que el proyecto Manhattan español, la impresionante aventura que durante varias décadas llevó a España a perseguir la bomba atómica, se llamó Proyecto Islero, precisamente por el último toro que se encontró con Manolete en los ruedos, en Linares, el 28 de agosto de 1947. Hasta se usa comúnmente en el lenguaje la expresión ser el toro que mató a Manolete. Pero no fue Islero el que mató a Manolete, tan sólo lo corneó y lo mandó al hospital. Allí, lo mató un error médico, un accidente, un producto noruego, la mala suerte, algo similar o la combinación de todo ello.
La mala suerte comenzó ya en la plaza de toros, y no lo digo por la cornada, sino porque en el camino hacia la enfermería, con Manolete gravemente herido, los que le llevaban en volandas se equivocaron, marcando con sangre, sobre la arena, los pasos equivocados.
Tras operarlo en la plaza, y dejando claro que la cuestión era muy grave, el torero fue trasladado al hospital de Linares. Llevaba varias transfusiones, pero al menos había salvado aquellos primeros momentos. Fernando Garrido, el cirujano de la plaza, se ganó aquella tarde un lugar en la historia, sorprendentemente. Me recuerda a Juan Romero, el chico que le daba la mano a Robert Kennedy cuando este fue asesinado. Tras esa operación se puso en movimiento el mundo en torno al torero y el cirujano jefe de Las Ventas, Luis Jiménez Guinea, fue avisado y comenzó el viaje desde Madrid. El torero lo esperaba, por ser de su confianza, y mientras lo hacía, Manolete intercambiaba alguna palabra en el hospital con quien lo acompañaba.
La cornada en el triángulo de Scarpa, triste conocido en el mundo taurino, había roto y dañado vasos importantes y Manolete había perdido mucha sangre, por lo que las transfusiones eran constantes. Hay detalles en los escritos hasta sobre quiénes donaron de brazo a brazo, en algún caso. Al llegar el médico de Las Ventas a Linares, echó un vistazo a la herida y decidió no hacer nada sobre ella, pero sí recomendó que le siguieran administrando sangre al torero, que aún estaba muy débil.
Se le administró a Manolete entonces un plasma sanguíneo liofilizado, desecado, que había que mezclar con suero antes de inyectar en el enfermo. Era un remedio noruego que procedía de las necesidades de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando le hicieron la transfusión con el plasma desecado, según parece, comenzó la cuesta abajo del herido, directa hacia la tumba. Primero Manolete advirtió de que no sentía la pierna herida. Al poco dijo que no sentía tampoco la otra y finalmente, sus últimas palabras antes de la agonía: Don Luis, no veo. Según parece, la sangre desecada estaba en mal estado y ya había causado algún estrago entre los heridos de una explosión. De hecho, había sido donada por Noruega precisamente para ayudar en las consecuencias de esa explosión, que en un polvorín de la Armada en Cádiz se llevó la vida de unos 150 hombres, diez días antes de la cogida de Manolete.
Así, como decíamos al principio, Islero carga con la fama de haber matado a Manolete, pero no parece que fuera él el causante último del fallecimiento.
Fuente: Diario Bahía de Cádiz, La Jornada, El País. Foto: El Arte Taurino