(Botella de heroína comercializada por Bayer) |
Hace unos días escuchaba en la radio a un médico hablar sobre cómo se ha ido abandonando en cierta medida el consumo casi sistemático de la aspirina en favor del paracetamol y que últimamente, debido a algunos nuevos estudios, este también está cediendo parte de sus dominios al ibuprofeno. Una prueba más, amigos, de que todo va y viene en este mundo y lo que parece bueno un día se torna demonio con el tiempo.
Si nos remontamos a finales del siglo XIX, nos encontramos con la compañía farmacéutica Bayer, fundada en 1863 y curiosamente asociada irremediablemente con la aspirina. Lanzó en aquellos años finales del XIX un producto contra la tos, un nuevo medicamento sintético: diacetilmorfina. Era un derivado de la morfina, con origen en la adormidera, es decir, el opio. Decían los científicos de Bayer que este nuevo medicamento era efectivo contra la tos y no tenía las propiedades adictivas de la morfina. Y no sólo eso, sino que podía ser usado precisamente contra la adición a la morfina.
Tras su lanzamiento, el Boston Medical and Surgical Journal aseguraba que el producto de Bayer poseía ventajas claras sobre la morfina, ya que no era hipnótico y además no había peligro de engancharse al medicamento. Era un producto mágico, heroico, y así precisamente lo bautizaron. Tomando la palabra alemana heroisch, heroica, salió al mercado con un gran futuro el nuevo producto de Bayer: heroína.
Se equivocaban por tanto de punta a punto los hombres de Bayer, ya que la heroína pronto se mostró como una sustancia capaz de generar mayor dependencia entre sus consumidores que la propia morfina. Incluso se vendía como producto contra la tos infantil en sus primeros días, pero en 1913 Bayer dejó de producir su heroína, que a pesar de todo sigue muy presente en el mundo, eso sí, ya no como medicamento.
Fuente: Historia de la ciencia sin los trozos aburridos, de Ian Crofton