
La falcata era una espada de acero originaria de Iberia, de la época anterior a la conquista romana de la península. Su tamaño era de aproximadamente medio metro como el del gladius, la espada corta romana.
La calidad del metal de las falcatas era magnífica, según las crónicas romanas, siendo un arma flexible a la vez que efectiva en el corte. El proceso de fabricación no era sencillo, e incluía la oxidación del metal manteniéndolo entre dos y tres años bajo tierra. El resultado era bueno.
Tan bueno, que según parece, los romanos probaron en sus propias carnes, nunca mejor dicho, el peligro de las falcatas y cambiaron sus escudos por ello. Después de las primeras batallas en la Península Ibérica, los romanos reforzaron los bordes de sus escudos con hierro para que la gran potencia de corte de las falcatas no los destrozara tan fácilmente. En la imagen se puede ver una falcata, con su empuñadura inconfundible y su hoja curva.
Parece ser, Vitike, que no había dos falcatas iguales, porque eran fabricadas expresamente y de encargo para sus respectivos dueños; tanto es así que, un vez muertos, les acompañaban en el ajuar funerario.
Mil saludos.
Desconocía el dato, profe, muchas gracias. Tener una espada está bien, pero una hecha para ti debe ser algo grande 🙂
Saludos.
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