Magia portátil, de Emma Smith

Magia portátil, de Emma Smith

Leí una vez, creo que a Fernando Savater, en un periódico que comprar libros es mucho más divertido que leer libros. Pero hablo de memoria y quizás no fuera Savater. En cualquier caso comprendo y comparto esa idea. Y quizás sea porque sufro un poco de lo que se los japoneses llaman Tsundoku, que es un hábito (vicio, diría yo) de comprar libros. De acumularlos. De coleccionarlos a un ritmo mayor del que estaría acorde a cuántos de ellos va uno consumiendo. Y en línea con este vicio he leído un libro hace unos días del que quiero hablarles: Magia portátil, de Emma Smith.

Magia portátil, de Emma Smith, es un libro sobre libros, sobre el objeto que son los libros

Es un libro sobre libros, sobre el objeto físico que es el libro y todo lo que ello ha representado en la historia, y sigue representando hoy. Cada capítulo del libro se centra en un aspecto diferente, siempre relacionado con esto mismo del libro-objeto, pero ya el primero hace una declaración de intenciones. Define nada más comenzar la libricidad, que es una reflexión muy interesante sobre la relación que tenemos con el libro al verlo y tenerlo en las manos. Más allá de lo que cuenta un libro, lo que significa y cómo nos marca su encuadernación, portada, tipo de letra… esto queda en la memoria, como la historia. Y uno sabe, por ejemplo, que en la parte de arriba de una página impar (derecha) había una frase que le gustó.

A partir de ahí los capítulos se abren y nos hablan de los libros que se entregaban a los soldados en las guerras mundiales; del libro como símbolo en el arte; de los libros prohibidos o censurados a lo largo de la historia; de los libros y la religión; de libros encuadernados con piel humana; de algunos libros que viajaban en el Titanic… Una miscelánea de temas, historias y reflexiones en torno al libro. Muchas de ellas realmente sorprendentes.

Por ejemplo, uno esperaría que los soldados en el frente leyeran cosas ligeras y que les ayudaran a pasar el rato. Bien, pues hay una copia de La república de Platón que tiene un registro a lápiz de los soldados que la iban leyendo, y gracias a eso se sabe que Platón tenía buena demanda entre los soldados.

Cuando leemos un libro lo marcamos, con lápiz, a veces, y con nuestro ADN, siempre

Durante la pandemia tomó mucha relevancia la colección de libros que mostraban algunas personas en las videoconferencias y entrevistas de televisión. Se estudió incluso cuáles eran los libros seleccionados y cómo estaban colocados estratégicamente. Esto no es nuevo. Hubo un tiempo en que los adinerados tenían que lucir y presumir de biblioteca, y para ello contrataban a expertos que les hicieran la selección de obras. Incluso les pedían que ajaran un poco los ejemplares para que dieran la sensación de que habían sido leídos. Qué gran trabajo debía ser ese, por cierto, comprar libros que paga otro y poder leerlos, ojearlos y hojearlos.

Más allá del mito del Necronomicón de H.P. Lovecraft, lo cierto es que hay unos cuantos volúmenes que están encuadernados con piel humana, aunque a veces sólo en parte. Smith hace un repaso de ellos y resulta que alguno es un tratado de anatomía, lo que no deja de tener su gracia. Un libro sobre el interior del cuerpo humano, que tiene una piel como la nuestra. Literalmente.

Por último, les dejo con una cuestión que plantea el libro, en la que nunca había reparado y que me parece interesante. Yo suelo marcar los libros con marcadores adhesivos y con lápiz. Pero lo que dejamos en un libro al leerlo va mucho más allá. Los libros están llenos, en los medianiles, de ADN del lector. Los medianiles son donde se unen en el centro las páginas del libro abierto y uno pone habitualmente el dedo cuando lee con una mano. Es decir, cuando leemos, vamos dejando parte de nosotros en las propias páginas del libro. Ahora que sé esto tengo la sensación de que mi biblioteca es todavía un poco más mía.

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