Manuel Azaña fue ministro, presidente del Consejo de ministros e incluso presidente del Gobierno provisional en los primeros años 30 del siglo pasado. Pero su cargo más importante, el de presidente de la República, de la Segunda República, le llegó entre 1936 y 1939. Los años de la Guerra Civil Española. Lo fue desde el 11 de mayo del 36, un par de meses antes del comienzo de la guerra, hasta un mes, escaso, antes de su final. Y más allá de polémicas, no deja de ser un tanto triste saber que Manuel Azaña acabó enterrado bajo la bandera mexicana y en suelo francés.
Por cierto, recuerden que la secuencia de Jefes de gobierno de la Segunda República fue una auténtica feria.
En enero de 1939, con la seguridad de que la guerra estaba perdida para el bando republicano, el presidente Azaña se exilió en Francia. Concretamente el 5 de febrero de 1939 pasó la frontera para abandonar España para siempre, aunque entonces supongo que él esto no lo sabía. En Francia vivía cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial y cuando Alemania invadió ese país.
Con problemas cardiacos y otros achaques, su vida no era fácil. No sólo por todo lo vivido y la situación en España, sino también porque el gobierno español reclamaba su extradición. Además, los nuevos gobernantes en Francia eran proclives a Franco y no a él, lo que le causaba algunos problemas. Al parecer le ofrecieron viajar a Inglaterra, pero se negó, a pesar de que el régimen de Vichi, colaboracionista con los nazis, lo tenía bajo vigilancia.
Tras varios cambios de casa y sin dinero, el 3 de noviembre de 1940 fallecía en la localidad de Montauban, cerca de Toulouse. Lo hacía en una habitación de hotel que pagaba la embajada de México y que protegía también personal mexicano, para protegerlo de la Gestapo y de policías españoles que trabajaban en Francia. El entierro se programó para dos días después, y la embajada de México se encargó de todos los preparativos.
Dadas la situación en la propia Francia y la relevancia del personaje, las autoridades locales prohibieron expresamente que la bandera republicana acompañara al féretro del antiguo presidente. De nuevo los mexicanos salieron al paso y dijeron que, frente a esa situación, sería un orgullo para su país que fuera la bandera de México la que cubriera el ataúd con el cuerpo de Azaña. Y así se hizo.
De esta forma fue como el último presiente republicano de España fue enterrado en un país que no era el suyo y bajo una bandera que tampoco era la suya. Como decía, algo un tanto triste, aunque es sólo una anécdota comparado con el desastre del que venía España, de su guerra civil.
Es curioso también que Azaña se llevara al exilio una bandera republicana que se había arriado en su presencia el 2 de febrero de 1939 en La Vajol, en Gerona. Esa bandera acabó en manos de la Gestapo y de la policía española que habían registrado la casa de Azaña en Pyla-su-Mer. Azaña había huido del lugar poco antes. Al final, en 1984, se encontró la bandera republicana en cuestión en Madrid, en poder de la policía.
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