Las míticas fotos que Robert Capa tomó el día D, acompañando a las tropas aliadas, forman parte de la historia de la fotografía y son un testimonio recurrente cuando se habla de aquel 6 de junio de 1944 y de las críticas horas en las que la guerra mundial se concentró, como lo hace el sol a través de una lupa, sobre unos pocos kilómetros de la costa francesa.
Capa, como decía, acompañaba a las tropas aliadas en su viaje en barco en busca del continente y, como les pasó a otros muchos, el último tramo del viaje, hecho a bordo de una lancha de desembarco, algo así como un cajón metálico grande, le revolvió el estómago. Estaba amaneciendo y hacía frío. Se dirigía hacia la playa Omaha, de acuerdo al nombre en clave que tenía la playa dentro de la operación y era el único fotógrafo profesional, supongo que habría alguno más del ejército, que formaba parte de aquella primera oleada. Iba incrustado en el 16º Regimiento de la 1ª División de Infantería.
Lo que se encontró Capa tras él una vez que la puerta de la lancha se abatió sobre el agua y se convirtió en rampa, no se puede describir ya mejor que haciendo referencia a los primeros minutos de la película Salvar al soldado Ryan. Por cierto, ya les conté hace tiempo que en la realidad el soldado se llama Sullivan, no Ryan. Todos tenemos en la mente las imágenes de la película de Spielberg, con soldados cayendo por el fuego alemán que venía desde la playa, los muertos en el agua y en la playa y la desesperación de todos por llegar a algún sitio seguro, antes de ahogarse o de que los mataran.
Capa, ante esa dantesca imagen, disparó los carretes completos de las dos cámaras que llevaba consigo y aunque tenía más, metidos dentro de preservativos para protegerlos del agua, el momento y el miedo no le permitían poner uno nuevo en una cámara. En el caos de ráfagas y muertos, Capa pensó que aquel no era el mejor lugar para estar y que llegar a la playa era un suicidio, así que se subió a una de las lanchas que volvían mar adentro después de dejar a los muchachos cerca de la orilla, medio atontado.
Envió los dos carretes que había disparado a Londres, y por un error en el proceso de revelado se quemaron las películas, pudiéndose recuperar únicamente 11 imágenes. Arriesgó su vida, y no hablamos esta vez de manera exagerada, para disparar más de 100 veces, y tan sólo 11 fotos llegaron a buen puerto. Son las Magníficas Once. Por cierto, el editor de Capa, tiene dudas de que hubiera más fotos de esas 11 en realidad, pero eso no resta valor a esas once míticas fotos.